El testimonio del ser no se impone, no se mide, no se cuantifica. Es silencioso, pero profundo. Es la luz que brilla sin hacer ruido, el perfume que se esparce sin ser visto. En palabras de Jesús: “Vosotros sois la luz del mundo… Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,14-16). No se trata de hacer para ser vistos, sino de ser luz por lo que somos, por lo que irradiamos desde dentro. No somos testigos del Evangelio para ser evangelizadores eficaces, si no porque pensamos que es el camino para ser felices.
Este testimonio es especialmente necesario en tiempos de confusión, de desesperanza, de pérdida de sentido. Cuando el mundo parece no tener sentido y no entendemos las cosas que pasan en él, el testimonio de una vida enraizada en el Evangelio se convierte en faro, en refugio, en semilla de renovación. No es el activismo lo que transforma el corazón, sino la autenticidad de una vida vivida con fe, esperanza y amor.
Don Bosco lo entendió profundamente. Su acción educativa y pastoral no se basaba solo en métodos o estructuras, sino en la fuerza de su presencia familiar. Él decía: “La educación es cosa del corazón”, y sabía que el verdadero educador es aquel que transmite valores no solo con palabras, sino con su vida. Su testimonio de alegría, de cercanía, de confianza en los jóvenes era más elocuente que cualquier discurso.
En este sentido, testimoniar la alegría del Evangelio es una forma privilegiada de ser. No es una alegría superficial, sino una alegría que nace del encuentro con Cristo, que permanece en medio de las pruebas, que da sentido y esperanza. Es la alegría que contagia, que consuela, que abre caminos nuevos. En un mundo herido, esta alegría es medicina, es profecía, es anuncio de que el Reino de Dios está cerca.
Construir un mundo mejor no comienza por hacer más cosas, sino por ser más fieles al Evangelio. El testimonio del ser es el cimiento sobre el que se edifica la justicia, la paz y la fraternidad. Porque cuando el corazón está lleno de Dios, las obras brotan como fruto natural de una vida transformada. Seamos testigos y no hacedores de cosas.
Jesús era judío y entiendo, Borja, que hablas del Dios de los judíos… Parece que Este (más fuerte) anda enfadado con el Dios (más débil) de los civiles gazatíes. A mí me está fallando el Dios de los judíos (o sea, el de Jesús); acaso me falta algún dato. Todo debe ser demasiado complejo para mí, pero los gazatíes parecen caminar (¿con alegría?: no me lo parece) muy rápido hacia su vida eterna… Se ve que no he entendido nada, pero creo que el mundo no puede estar alegre, por mucho que se encuentre con Cristo «en medio de las pruebas».