Titán Chiandotto: cañón de luz

De andar y pensar   |   Paco de Coro

25 mayo 2018

En aquellos paisajes salmantinos y madrileños de la posguerra en el siglo XX, el salesiano Luis Chiandotto sobresalía como un cañón de luz. Eran los años 50/60 y él una de las revelaciones del Movimiento Juvenil Salesiano. Aquel italiano, nacido en Concordia-Veneto (Italia) en 1921, resultaría una excelente mecha para el ánimo de la España Salesiana.

Después de hacer brillantemente sus estudios en la Universidad Pontificia de Salamanca (Filosofía y Teología) y de enseñar en los teologados de Madrid y Salamanca, fundó las revistas “Técnica de Apostolado” y “Dirigentes” (hoy “Misión Joven”). Lo tenía todo más o menos previsto, pero el Rector Mayor lo nombró primer inspector provincial del Pontificio Ateneo Salesiano (PAS), al trasladar su sede de Turín a Roma en 1965. Su vida entonces dio un volantazo y enfiló del lado del gobierno, sin dejar de vivir enteramente consagrado al estudio y al apostolado juvenil. “Acepto crucem in santificatione” le dijo a Don Ricceri.

De Italia trajo una fe profunda y compacta. Una aristocracia espiritual que se aupaba sobre la atmósfera de un país que exportaba una cultura de entretenimiento y turismo. Chiandotto le fue haciendo sitio a las jornadas de estudio, a los ejercicios espirituales, a las clases de teología a tiempo y a destiempo. En 1948 vivió, junto a Antonio Mª Javierre, el ambiente del colegio salesiano de Salamanca, donde los ojos avizores de los muchachos descubrían en él un hombre entusiasmado por ideales radicales y sentidos. Otro hito, pues, que ensanchará su estela de prodigio y afianzará su singularísima expresión entre una dulzura fuerte fuera de tópicos y una personalidad tan rotunda de un ardor humanista que le viaja por dentro.

Chiandotto en España entró en combustión dentro de la espiritualidad de una mística de autor, la de Santa Teresa y San Juan de la Cruz, en el que se han refugiado todos los maestros de seminarios, academias y universidades eclesiásticas. Por entonces ya era una baliza esencial a la hora de hacer recuento de los mejores pastoralistas de su tiempo. Con su mirada vivísima, su dejo italiano y su increíble rapidez y agudeza, la suya era una seducción entre el oleaje fuerte y la siderurgia dulce. Un hombre que tenía por ojos dos ánimas de acción. Una inteligencia poderosa. Un poderoso atractivo de criatura muy libre.

Con su cáncer terminal, a los 50 años, su magia ganó una fuerza estremecedora. Era el Luis Chiandotto más poderoso e influyente. La vida fue mejor ya en el silencio, sobre las Catacumbas de San Calixto, en Roma, en el Instituto Internacional San Tarcisio, allá donde alguna que otra gaviota perdida, desde las playas de Ostia, gritaba enloquecidas noticias del post Vaticano II y no dejaba ya el corazón bajo su martillo. Mi cuarto era paredaño al suyo.

Luis Chiandotto. Pocos salesianos con mejor leyenda. Pocos seres tan auténticos y tan destacados para despertar admiración y discipulado sin dejarse adulterar por el artesanismo. Se acercaba la muerte. Vivía ya en una soledad concurrida de amigos, ajeno a los vaivenes absurdos del PAS, a 10 kilómetros de él, lejos del peaje que exigían los focos. Blindado contra la mediocridad, esa figura de hombre rotundo, a medio camino entre una tragedia y mil inocencias, hacía de sus escasísimas apariciones por el mismo pasillo un lanzazo de oro en mi armadura de joven estudiante de la Gregoriana. O sea.

Cuando celebro los cincuenta años de mi ordenación sacerdotal, amigo Javier, te envío esta corta pincelada de Chiandotto donde intencionadamente hablo de “despertar admiración y discipulado” porque eso es mentira. Chiandotto nunca despertó admiración, porque era un maestro y el maestro genera amor por la verdad, por la sabiduría, por el humanismo, nunca por sí mismo y por tanto encuentra continuadores, despierta discípulos. Sólo el profesor narcisista -¡tantos!- despierta admiración, que no es más que codicia, pecado capital, con reuma y esclerosis que pone en peligro cualquier ecosistema educativo. “A la fine, rien / Al final, nada” (Pascal).

Titán Chiandotto, recuerdo tu primer encuentro en Salamanca, después de cogerme por el pulso me miraste a los ojos. Me dijiste que los ojos eran las ventanas del cerebro. Me perturbé y maravillé a la vez. “Descubre aquí, Paco, cuál es el sitio que buscas en la vida. Eso es el seminario. Gasta un par de amores antes de llegar al farallón del sacerdocio: oración y estudio”.

Titán Chiandotto, visto con la distancia de los años, tengo que reconocerte una valerosa exactitud. Quisiste llevarme a un lugar donde fuera imposible defenderse de la verdad, e inevitable escucharla. Yo tenía veintitantos años, tú cincuenta y tantos y un tumor cerebral. Tuviste que decirme que la trama de cualquier vida está tejida con un hilo primitivo, hasta animal. Y que, por mucho que nos esforzáramos en buscar explicaciones más elegantes o rebuscadas y hasta teológicas, el origen nuestro está escrito en el cuerpo, con caracteres invisibles en el alma: el corazón, la razón, hasta la necesidad del deseo.

Titán Chiandotto, fantástico tahúr, me gustó esa soledad de tus últimos días, con el tren ya en marcha, en tu alcoba de San Tarcisio, paredaña con la mía. Lo interpreto hoy como un gesto de resumen de una vida memorable. Titán Chiandotto, gracias. Te estoy escribiendo una biografía. No sé si la acabaré. De ti depende.

Titán Chiandotto, quiero darte un pésame distinto. Ya, ya sé que a los muertos hay que dejaros ir. No hay que tirar de vosotros hacia abajo para nada. Hay que abrir una teja en los tejados. Y ya las almas, el alma, busca su sitio. Va un brindis por tu alma, por el alma de nuestros institutos de Teología (Salamanca, Carabanchel, Martí-Codolar, Sanlúcar la Mayor y Roma-Pas), donde tu alma encontró su sitio.

¡Por el alma, Don Luis! ¡Por el alma del MJS de España!

¡Titán Chiandotto, cañón de luz! ¡Por tu alma! ¡Por su sitio!

1 Comentario

  1. Miguel Ángel

    El conjunto y cada frase escrita es único. ¡Necesitamos titanes D Paco que hagan de puente con los jóvenes! Fuerte abrazo

    Responder

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