Torrencial pasión: Cardenal «Don Marcelo»

De andar y pensar   |   Paco de Coro

20 abril 2018

La verdad, amigo Javier Valiente, tengo miedo a perder la memoria y el habla. Sería perder los motivos de seguir viviendo.
Tengo 77 años y muchas vidas gastadas por dentro.
Una de ellas, corta pero intensa, con “Don Marcelo González”, cardenal arzobispo de Toledo, desde agosto de 1987 a septiembre de 1988. Y como todo lo que escribimos guarda relación con lo que somos, o lo que fuimos, tengo que traer aquí a «Don Marcelo». Todo en él resultaba incalculable. El caudal de su sabiduría desbordaba. Su magisterio, enérgico, moderno, decidido y asombroso, fue ganando siempre terreno. Todo, todo él es «Don Marcelo»: esa torrencial pasión por la Iglesia, que más que leerlo hay que rezarlo.
Antes de llegar a Toledo me habían hecho sitio como historiador, investigador y estudioso interesante mis amigos Francisco César García Magán y José María Berlanga, después o al mismo tiempo Rafa Sanz de Diego y Manolo Revuelta. Todavía hoy no me considero maestro de nadie ni de nada. Eso sería como aceptar que uno se ha establecido, y no y no.
Así pues, sin exigir complicidades, ni siquiera atenciones, siempre estuvieron a mi lado, durante ese año de investigación en Toledo Don Rafael Palmero, el obispo auxiliar y Don Santiago Calvo, secretario particular de Don Marcelo.
Cinco veces –cin-co- hablé con él en privado sobre el tema que me llevó a vivir en Toledo: el estudio de la Ilustración en Toledo y en México: el cardenal Francisco de Lorenzana y de paso de otras cosillas, como el centenario de la muerte de San Juan Bosco (1888-1988). Por cierto para echar luz a ese ferial en que suelen convertirse los centenarios, Don Marcelo, entre la normalidad y el afecto, publicó su pastoral -pensada, sentida, vivida-: San Juan Bosco, confianza en la Iglesia.
Pero he venido a agradecer a Don Marcelo en el cien aniversario de su nacimiento aquellas charlas y trazar mi corta laudatio.
– Pero siéntese, padre Francisco, ¿cómo va lo nuestro?
– Don Marcelo, estupendo. ¡Vamos a tomar el cielo! ¡Yo bien puedo entrar por el ojo de la aguja!
Y es que entonces, aunque feucho y desgarbado, era esbelto como un sauce. Además estaba tan entusiasmado con mi trabajo de 8 ó 10 horas diarias, penitentes y sacrificadas, en el Archivo de la archidiócesis, que me parecía haber coronado la cima del trabajo, con sólo encaminarme por la ladera justa.
Don Marcelo te miraba fijamente, atrapándote en la claraboya de sus ojos, protegidos por lentes, y algo te estaba pasando, porque vacilabas por un instante, como si estuvieses en un alto, y después quedabas entregado. Sonreía en él una abundancia campesina y mensajera, como una dulce revancha contra el tiempo. Nunca parecía tener prisa.
Pero fue Don Marcelo quien tomó ya el cielo y para los demás.
Aleluya, Don Marcelo, aleluya.
Su independencia vital, dotada de un incondicional amor a la Iglesia es una de las mejores lecciones de su aventura. No le debe Vd. nada a nadie o a muy pocos. No le pedía a nadie nada, como no fuera hacer el bien. Sin duda tampoco pretender el eco que con su magisterio consigne. Posiblemente es ya muy consciente de que algunas heridas y arañazos le sirven para redondear un pontificado impecable. Y a la vez, Don Marcelo, también nos unta en el ánimo la asimilación invasora del ser humano.
Aleluya, Don Marcelo, aleluya.
Tengo que compensar los recuerdos de Toledo con la certeza de que olvidarlos era traicionarle y así cantar mi gracias.
La de Vd. Don Marcelo, es una voz con amo, la del Señor Jesús. Nunca te empuja, te acompaña. Creía Vd. en la especie humana. Hay bondad. Y en el conglomerado de su soledad episcopal fue levantando un mundo de doctrina purísima para combatir los descampados de esta perra vida. El descampado del desamor. El descampado del triunfo. El solar de los sueños rotos. El calvitero del orgullo y la traición.
Don Marcelo, matriculado en la leyenda de ser Vd. mismo ya en vida, moralmente fuerte y no derrotado, fiero y compensado de amigos y discípulos, aleluya. Un pontífice que miraba apasionadamente las cosas. Y predicaba. Y escribía. Y lamentaba. Y vibraba. Qué magnífica su aventura. Gracias. Nuestra despedida en 1988 fue sólo temporal. Gracias.

3 Comentarios

  1. Pepe

    Tus recuerdos. Un homenaje más a quienes han influido en tu vida. De bien nacidos. Lo que hoy eres por el, por ellos.
    Y lo que hoy somos los demás también por tu vida y tus recuerdos.
    Muchas gracias por compartirnos.
    Un abrazo de tu amigo vitoriano-consorte.

    Responder
  2. Miguel Ángel

    ¡Bravo!

    Responder
  3. Antonio

    Monseñor González Martín, Primado de España (1971-1995): otra gran figura de la Transición sin biografía. Quien se anima?

    Responder

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