En el pasado artículo sobre el transhumanismo eludía aspectos críticos. El artículo de José Ramón Amor Pan “El sueño de Gilgames hecho realidad: somos la última generación humana mortal” (Diálogo Filosófico 103 (2019) 27-41) se detiene también en estos aspectos, que ahora me gustaría poner en evidencia.
En primer lugar, se hace referencia a la “simplicidad pasmosa de que hacen gala” (p. 33). Esta simplicidad se puede ver en la inmediatez que ellos establecen entre los avances médicos y su aplicación a la sociedad, al gran público. Bien sabemos que ni es tan sencillo ni tan rápido. Igualmente parecen olvidar un aspecto significativo de la antropología tradicional: somos cuerpo y esto conlleva la finitud y la vulnerabilidad. Su entusiasmo lleva con frecuencia a olvidar este aspecto.
En segundo lugar, frente a un principio de precaución en la aplicación de las innovaciones tecnológicas, esta corriente alienta un imperativo proactivo, que impulsa la búsqueda e implantación agresiva de los cambios y, al mismo tiempo, minimiza los riesgos (cf. p. 35ss).
Finalmente, se puede vislumbrar en el fondo una nueva faz del capitalismo. Algunos han visto, habrían podido ver, en la lucha contra el envejecimiento una oportunidad de negocio: “lo que nos encontramos al estudiar el transhumanismo es la elevación a la enésima potencia de las bondades del liberalismo en todas sus dimensiones (ética, política, económica)” (p. 35).
En todo caso habría que cuestionarse, saber discernir, la neutralidad y también la bondad axiológica a priori de la tecnología en todo momento. José Ramón Amor trae una cita de Erich Fromm a colación que puede ser muy ilustrativa:
“La satisfacción ilimitada de los deseos no produce bienestar, no es el camino de la felicidad ni aun del placer máximo. El sueño de ser los amos independientes de nuestras vidas terminó cuando empezamos a comprender que todos éramos engranajes de una máquina burocrática, y que nuestros pensamientos, sentimientos y gustos los manipulaban el gobierno, los industriales y los medios de comunicación para las masas que ellos controlan. El progreso económico ha seguido limitado a las naciones ricas, y el abismo entre los países ricos y los pobres se agranda. El progreso técnico ha creado peligros ecológicos y de guerra nuclear; ambos pueden terminar con la civilización, y quizás con toda la vida” (E. FROMM, ¿Tener o ser?, FCE, Madrid 1987, 12, en J.R. AMOR PAN, El sueño de Gilgames, p. 39).
La conclusión que se deriva de estos elementos críticos es muy dura, el transhumanismo es un antihumanismo: “Por todo ello considero que el transhumanismo, además de basarse en presupuestos antropológicos y éticos ampliamente discutibles en el plano teórico y de consecuencias claramente inmorales en el plano práctico, no es un nuevo humanismo postmoderno y laico, sino un antihumanismo. Un antihumanismo que considera que la realización plena de la especie humana pasa por la abolición del ser humano, para llegar al posthumano más perfecto, y que por el camino elimina a los seres humanos más vulnerables y frágiles, como si se tratasen de algo sin valor” (p. 39).
En unos términos muy parecidos se pronuncia también Eloy Bueno de la Fuente, al señalar los “interrogantes abiertos”, en su artículo “El post-humanismo: una revolución antropológica”, en E. SOMAVILLA RODRÍGUEZ (coord..), El transhumanismo en la sociedad actual, Centro Teológico San Agustín, Madrid 2019, pp. 63-67: “la lógica descubierta obliga a una serie de reflexiones que se mueven en niveles distintos. Nos interesa señalar los flancos a tener en cuenta para que el post-humanismo no se clausure como ideología totalitaria” (p. 64).
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