Ya estamos a mitades de enero. Este mes se nos pasa más rápido que los demás y además es, junto con el mes de septiembre, el que se suele llenar de propósitos.
Terminadas las fiestas navideñas, queremos ser más equilibrados en nuestras comidas. Comenzar, una vez más, esas horitas para hacer deporte. Terminar de leer todos esos libros que tenemos empezados. Pasar más rato con nuestros mayores o con nuestros hijos. Tener más tiempo, o quizá organizarlo mejor. Y enfocarnos en unas poquitas cosas, no en muchas para sentir que terminamos algo de lo que empezamos. Y que no llegue Semana Santa sin haber conseguido algunos de estos sencillos propósitos…y ¿qué pasa si no los cumplimos? Volvemos a empezar. Siempre volvemos a empezar y quizá hay alguno que dejamos sin hacer y otros que llegamos a superar.
Es cíclico, vamos, avanzamos, volvemos y volvemos a empezar y en cada paso de esos pequeños propósitos aparentemente crecemos, maduramos. Acompañamos tiempos de otros, que crecen y maduran con nosotros… y nos sorprenden. Como decía en mi anterior “post” escribirlo puede ayudarnos a pensarlo y sentirlo mejor.
Tenemos delante de nuestros ojos esos propósitos, y las propuestas que se hacen en nuestros ambientes: el Aguinaldo del Rector Mayor: “ser fermento de la Familia Humana”; el consejo de la Campaña Vocacional: “Atrévete a encontrar tu camino”. Atractivas ideas para andar muchos caminos.
Entre tantos “inputs” me he propuesto (otro propósito, jajaja…) enfocarme en lo importante: dejarme llevar, ponerme en tus manos, creer de verdad que puedo confiar en ti y lo demás vendrá ¿cierto?
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