«Una pastoral juvenil que educa para amar» es el título del libro realizado por los Salesianos de Don Bosco para ofrecer a los educadores un instrumento actualizado capaz de sistematizar los conceptos y las actitudes ligadas a la educación afectiva y sexual. Hoy nos hablan largamente de él sus dos autores, el Padre Miguel Ángel García Morcuende, Consejero General para la Pastoral Juvenil Salesiana, y la psicóloga Antonella Sinagoga.
¿Por qué es importante la educación en el amor?
Don Bosco, nuestro fundador, eligió conscientemente implicarse directamente en la vida y en las situaciones físicas, emocionales, mentales y espirituales de sus muchachos. Muchas de sus historias de abandono y soledad estaban ocultas por situaciones complejas que él mismo ayudó a iluminar y guiar. La atención a la dimensión afectiva estaba constantemente contemplada en su «Sistema Preventivo». En clave interpretativa actual, la educación de la afectividad es hoy una oportunidad para escuchar y acoger inquietudes, dudas e investigaciones en una perspectiva integrada.
¿Esta generación vive la dimensión sexual mejor o peor que en el pasado?
Es difícil decirlo, ni debemos caer en la tentación de decir que «cualquier pasado es mejor». Solo podemos observar cómo habita esta generación, esta dimensión y tomarla como punto de partida para seguir explorando y descubriendo. Abrazar y no juzgar, pero sin renunciar al ideal. Puesto que no todo puede calificarse de positivo o mejorable, un discernimiento más equilibrado de la realidad es esencial para ayudarnos a valorar tanto los aspectos menos positivos como los más válidos. Dada la relevancia y complejidad del fenómeno en cuestión, el papel de la educación afectiva y sexual es aún más crucial para disipar mitos, reducir distorsiones cognitivas y, sobre todo, acompañar a los jóvenes en el camino de la autenticidad, porque solo «la verdad hace libres» (Jn 8,32).
En el manual hay un capítulo en el que se exploran los conceptos y modelos actuales. ¿Para qué?
Para comprender mejor y poder emitir juicios personales sobre los distintos conceptos y modelos, es necesario formularlos, de manera que se entienda sin ambigüedades la terminología utilizada en los debates actuales. Se trata de una tarea considerable, dada la abundancia de dicha terminología. Por ello, el objetivo es precisamente ofrecer información clara sobre estas cuestiones.
¿Qué actitud es mejor para el acompañamiento?
Para acompañar, siempre es necesario tener una actitud de aceptación respetuosa y total del joven, es decir, tener una actitud de apertura. Uno recibe algo sagrado de la persona y experimenta la necesidad de «quitarse las sandalias» ante el terreno sagrado que va a pisar. Esto requiere la misma hospitalidad y acogida que Jesús en el Evangelio: con amor, sin juzgar, sin condenar, dejando que la persona exprese lo que siente, lo que padece, desde lo más íntimo de su ser. Una cosa sobre todo podemos aprender de nuestra experiencia con adolescentes y jóvenes: no es tanto lo que decimos los adultos lo que deja huella en ellos, sino cómo les acompañamos a abordar sus preguntas más profundas, no solo las explícitas, sino también las implícitas, las que no pueden formular por sí mismos. Se trata de promover la «alfabetización afectiva»: aprender un vocabulario relacionado con sus estados de ánimo, sentimientos y emociones.
¿Qué mensaje quiere transmitir este libro?
Hemos intentado mostrar la importancia del papel de los educadores, las familias y las personas consagradas en el acompañamiento de todos los jóvenes. Un camino equilibrado de educación al amor para adolescentes/jóvenes no puede centrarse solo en la transmisión científica de nociones relativas a aspectos psicológicos, sociales, culturales, anatómicos y fisiológicos. También es imprescindible trabajar a nivel de modelos de comportamiento, valores, ética y espiritualidad, tanto en quienes llevan a cabo este tipo de educación como en los propios destinatarios.
Uno de los criterios educativos al final del libro se refiere a la oportunidad de acompañar la singularidad y la diversidad, sin verlas como motivo de exclusión. No se trata de una elección obvia. ¿De dónde viene esta apertura?
Educar para una actitud de aceptación en el acompañamiento de la singularidad y la diversidad es una tarea de todos los educadores y agentes de pastoral. Crecer significa también ensanchar el corazón, y la educación conduce a ello. El primer reto educativo es acercarse a la realidad social y evitar la invisibilidad. El silencio es lo que conduce al chantaje, a la doble moral, a las distorsiones y al sufrimiento de muchos. Lo mejor es acercarse siempre a la realidad, lo que significa luchar contra la desinformación y los prejuicios. Y es precisamente en el ámbito de lo que se considera «diversidad» donde, como educadores, debemos prepararnos para pronunciar una palabra sensata y fundamentada en medio de un mar de desinformación ideológica. No bastan las buenas intenciones y la experiencia propia y de los que me rodean; necesitamos una educación equilibrada, científica y actualizada, sensible a la cultura actual, pero también al mensaje cristiano y a la buena noticia que queremos llevar a todos. Posibilitar el encuentro con la misericordia de Dios es una llamada a todos los cristianos para que seamos promotores y facilitadores de este diálogo de amor.
0 comentarios