«He conseguido un empleo y tengo a personas que se preocupan por mí y me quieren de verdad»

28 enero 2025

Salesianos Comunicación

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La Fundación Don Bosco comparte la historia de vida de Abdelali El Bakkali, un joven originario de una humilde aldea en Marruecos, quien narra su emocionante y desafiante viaje hacia un futuro mejor.

Mi nombre es Abdelali El Bakkali. Soy el sexto de once hermanos y provengo de una familia humilde con raíces en una pequeña aldea de Marruecos llamada Eboharam.

Desde muy pequeño, mis hermanos y yo trabajábamos en el campo. Aunque era un trabajo duro, recuerdo que éramos felices. Mi padre construyó una pequeña casa de barro para la familia, pero yo pasaba la mayor parte del tiempo en casa de mi abuelo. Fue él quien me enseñó muchas de las lecciones más importantes de la vida.

Los días transcurrían entre la mezquita, la escuela y el trabajo en el campo. Así pasaban los meses y los años, hasta que decidí que quería seguir estudiando. La única opción era mudarme a Tetuán, a la casa de uno de mis hermanos. Sin embargo, ni él ni mi familia podían apoyarme económicamente. A pesar de ello, lo conseguí. En Tetuán estudiaba por las mañanas y trabajaba en una frutería por las tardes y gran parte de la noche. El poco dinero que ganaba apenas alcanzaba para el transporte hasta la escuela y algo de comida.

 

Una decisión que cambió todo

En el verano de 2022mis hermanos menores, de 14 y 17 añosme visitaron en Tetuán. Estaban cansados de nuestra situación y hablaban constantemente de Ceutasoñando con un futuro mejorDecidieron cruzar nadando desde Castillejos, y aunque intenté disuadirlos, no podía dejarlos hacerlo solos. Tomé la única decisión posible: cruzar con ellos.

Planeamos el cruce para la madrugada. La playa estaba llena de policías, pero corrimos sin mirar atrás, nos metimos al mar y nadamos desde las 3:30 de la madrugada hasta las 10:00 de la mañana. Aunque logramos alcanzar tierra española, nos detuvieron y devolvieron a Marruecos. Ese fue nuestro primer intento.

El segundo intento fue aún más difícil. Nadamos más de cuatro horas en un mar agitado, con un oleaje terrible. Estuvimos a punto de ahogarnos y tuvimos que regresar.

Para el tercer intento, mi hermano menor regresó a Tetuán para conseguir unas aletas y una balsa inflable. Mi hermano Ayoub y yo nos asomamos a la playa y comprobaos que el mar estaba tranquilo. Decidimos que ese era el momento; cruzaríamos los dos solos y, estando allí, buscaríamos una solución para que mi hermano pequeño llegase a España sin tener que cruzar nadando.

Primero entró Ayoub al agua, y yo lo seguí 30 minutos después. Nadé con todas mis fuerzas, convencido de que lo alcanzaría; siempre había sido más rápido que él en el agua. Esa idea me mantenía motivado mientras avanzaba. Sin embargo, comenzó a llover con intensidad, y el oleaje creció al ritmo de mi preocupación por mi hermano. A mi alrededor solo veía agua. No pensaba en la dirección ni en cuánto tiempo llevaba nadando. El frío era lo último en mi mente; solo me repetía una y otra vez que debía seguir: mover un brazo, luego el otro, una pierna y después la otra. No podía detenerme. Nadar, nadar, nadar.

La lluvia empezó a disminuir hasta que finalmente cesó. Levanté la cabeza y, con la vista más clara, logré divisar la orillaLlegué completamente agotado y me desvanecí al tocar tierra. Mis piernas no me respondían, y pasé un rato inmóvil, tratando de recuperar fuerzas. Cuando al fin logré levantarme, busqué a Ayoub desesperadamente, pero no estaba por ningún lado.

Pasaron horas antes de que reuniera el valor para llamar a casa. Sabía que debía avisar, aunque temía lo que significaría. Saqué uno de los dos teléfonos que había envuelto cuidadosamente en plástico para protegerlos del agua. Primero llamé a mi hermano pequeño. Le pedí que no se moviera de Tetuán, que no intentara cruzar el estrecho por ningún motivo. Le dije que yo había llegado a España, pero que no sabía nada de Ayoub. Después llamé a mi madre y viví uno de los peores momentos de mi vida.

Me quedé en esa playa durante dos días, esperando que el mar me devolviera a mi hermano. No quería moverme; una parte de mí sentía que debía quedarme allí, como si mi presencia pudiera traerlo de vuelta. Finalmente, entendí que no podía quedarme más tiempo. Subí por las rocas hasta llegar a una carretera cercana. Con la poca batería que quedaba en mi teléfono, llamé a un familiar que vivía en Ceuta. Me recogió, me llevó a su casa, y me permitió ducharme y descansar un poco.

Justo después de la ducha, recibí una llamada por Facebook desde un perfil desconocido. Al responder, escuché la mejor noticia de mi vida: Ayoub estaba a salvo. Una patrulla de la Guardia Civil lo había encontrado durante la tormenta, lo subieron a una lancha y lo llevaron a tierra. Al comprobar que era menor de edad, lo trasladaron a un centro de acogida donde estaba sano y bien cuidado.

En ese instante, mi cuerpo y mi alma encontraron la paz. Por primera vez en días, pude comer y dormir tranquilamente. Fue un alivio indescriptible saber que mi hermano estaba a salvo.

Abdelali El Bakkali, joven residente del Hogar Francisco Míguez de la Fundación Don Bosco en Málaga | Fundación Don Bosco

Un nuevo comienzo

A partir de ese momento, mi futuro estaba en mis manos. Comencé a trabajar para ganar algo de dinero y solicité asilo. Aunque sabía que obtener la condición de refugiado sería probablemente temporal, creía que podría ayudarme a mejorar mi situación. Me trasladé a Málaga y pasé varios meses en una entidad destinada a solicitantes de asilo. Sin embargo, cuando llegó la resolución negativa, tuve que enfrentar una etapa muy difícil: viví un tiempo en la calle y después en un albergue. Sin duda, fue una de las épocas más duras de mi vida.

Fue en ese contexto donde conocí a la Fundación Don Bosco. Desde Save The Children me animaron a asistir a sus clases de español, lo que marcó el inicio de un cambio importante. Poco después, me hicieron una entrevista para ingresar al Hogar Francisco Míguez, un recurso de la Fundación Don Bosco en Málaga. Desde entonces, puedo decir con orgullo que tengo una familia.

Jóvenes residentes del Hogar Francisco Míguez de la Fundación Don Bosco en Málaga | Fundación Don Bosco

Mirando hacia adelante

Sé que todavía estoy en el camino, con objetivos por alcanzar y metas por cumplir, pero ahora estoy en paz. He conseguido un empleo y tengo a personas que se preocupan por mí y me quieren de verdadLlevo un año viviendo en el recurso de Don Bosco y, aunque sé que pronto tendré que seguir mi camino solo, tengo la seguridad de que las personas que me han acompañado en este proceso estarán siempre en mi corazón. Me han brindado un apoyo incalculable y sé que puedo contar con ellas, como se cuenta con una familia.

 

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