“El modelo de escuela que predomina en el siglo XXI viene heredado de la época industrial, con espacios que priorizan el control y la seguridad sobre el bienestar”. Por eso “más que como espacios de juego, aprendizaje y creatividad, los colegios se han concebido durante estos años como contenedores de niños por lo que son lugares que nos recuerdan las estructuras carcelarias”. La comparación tan provocadora como realista cuestiona la pregunta: ¿Qué cambios, desde la concepción del espacio, se pueden poner en marcha para cuidar a nuestra infancia?
Hoy día, contamos con soluciones y materiales que nos permiten conjugar la seguridad de los pequeños con su bienestar y salud física y mental. Las oficinas de todos los bancos cuentan con paredes acristaladas y, sin embargo, siguen guardando nuestro dinero. Ya no digamos los restaurantes que han dado paso a espléndidas terrazas, reduciendo notablemente los espacios cerrados.
Está ampliamente demostrado que la luz natural, esa de la que muchas veces nos privan persianas, proyectores, cartulinas…, resulta imprescindible para el aprendizaje y la creatividad. Algo semejante sucede con la acústica: aulas diseñadas para que hable uno solo.
Mención especial merece el caso del comedor, uno de los lugares de los colegios en los que, junto con los patios, se dan más conflictos y cuya función principal debería ser la socialización. A nadie le apetece comer en bandejas metálicas ni en platos de plástico. Podemos pensar que lo mismo, les pasa a nuestros alumnos.
Hay escuelas, incluso de nuevo diseño, en las que se siguen concibiendo las dimensiones del aula en función del tamaño del pupitre, lo que atenta contra las nuevas metodologías, la salud de los pequeños y la convivencia escolar. Esta decisión arquitectónica genera conflictos e incomodidad entre los estudiantes. “Las aulas siguen estando pensadas para que hable solo una persona. Difícilmente va el profesorado a incorporar el trabajo cooperativo si, cuando hablan a la vez seis personas, resulta que es imposible escucharse”.
Queremos resaltar la importancia del espacio a la hora de mejorar la convivencia, el bienestar y el proceso de aprendizaje de adolescentes e infantes. Siro López considera esto una gran contradicción y tiene que dolernos como sociedad, por lo que anima a crear construcciones en favor de arquitecturas de “calidad y calidez”, que nos permitan hacer frente a los retos educativos de hoy.
Razones hay para todo esto. Nosotros buscamos pisos exteriores y constatamos por qué los pisos que dan a un parque son más caros que los que dan a un muro… Las renovaciones de las nuevas construcciones comienzan por transformar el espacio. Cuando nos enamoramos, cuando estamos en crisis, cuando buscamos profundidad nos vamos al mar, al parque o a la montaña. Como dice Siro “la naturaleza nos oxigena también a nivel emocional”.
¿Y cómo cambiar esta estructura para deshacer ‘estas cárceles’ y convertirlas en escuelas? Porque corremos el riesgo de caer en todo lo contrario y convertir las escuelas en parques temáticos que estimulan a los niños. Por ello, será necesario generar espacios de formación para que los cambios se hagan con criterio pedagógico y no otros. “Son precisos y preciosos los procesos participativos, que involucren al profesorado, a las familias y a los estudiantes, para que todos entendamos el porqué y el para qué de los cambios y los cuidemos de manera que generen identidad y, sobre todo, responsabilidad. Es posible hacer cambios muy potentes sin apenas presupuesto como introducir plantas en las aulas o levantar las persianas todas las mañanas”…
Probablemente vives al lado de una escuela. Tal vez por las mañanas llevas a tus hijos a un colegio. Es para pensarlo. ¿Dejas a tus hijos en una escuela o llevas a tus hijos a una cuidada prisión? Si quieres que se eduquen en la libertad no cierres su horizonte. Permite que las paredes de tu centro se conviertan en una escuela abierta al mundo y a la vida. ¿Cómo son nuestras escuelas? Es para contarlo, comentarlo y caminar buscando un proyecto donde nuestros chicos vivan en espacios de juego, aprendizaje y creatividad, no entre rejas.
A mí me han parecido bastante cuestionables algunas de las premisas (no veo necesario identificarlas, que cada uno…), aunque subordino mi punto de vista al de alumnos y padres. Pero me ha recordado mi paso por el colegio. En el primer año éramos casi cien alumnos en el aula, en pupitres de a seis, aunque lo que más recuerdo son los castigos físicos del profesor (seglar), que por cierto sería despedido a mitad de curso. Y otro detalle…
Nos ponían un sello de asistencia que decía “EPS” (Escuelas Populares Salesianas); yo lo interpreté jocosamente ante el jefe de estudios (“consejero”, se decía) como “Estamos Presos, Sacadnos”. Hablo de 1959-1960…