¡Bienvenido a casa, Santo Padre!

24 marzo 2025

ANS ROMA | Foto: Vatican News

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Han sido treinta y ocho los días que el papa Francisco pasó como paciente en el Policlínico Gemelli, del 14 de febrero al 23 de marzo de 2025.

Semanas complicadas para un paciente de ochenta y ocho años afectado por una neumonía bilateral: los partes médicos no ocultaron la gravedad de la situación, las crisis que atravesó, la complejidad del cuadro clínico. Pero, sobre todo, los días transcurridos estuvieron acompañados por un río de oraciones por su salud: oraciones personales, comunitarias, rosarios, celebraciones eucarísticas.

Rezaron por Francisco no solo los católicos, no solo los cristianos. También rezaron por el papa mujeres y hombres de otras religiones. Le enviaron buenos pensamientos y deseos muchas personas que no creen. Fue para todo el pueblo en oración que se quiso y pensó el breve saludo desde el balcón del Gemelli, poco antes de su regreso al Vaticano.

Saludos y agradecimientos

Poco antes de asomarse al balcón del hospital, el papa Francisco, consciente de que estaba por dejar el nosocomio y agradecido por los cuidados y atenciones recibidas, quiso saludar brevemente al personal y a las autoridades de la Universidad Católica y del Policlínico Gemelli.

Luego, el gesto para expresar gratitud a la multitud de fieles presentes en el hospital y, simbólicamente, a través de ellos, a todos los que lo han acompañado en estas semanas.

Pocas palabras desde el pequeño balcón del quinto piso, el rostro fatigado, las manos sobre las rodillas que se levantaron para bendecir y alzar los pulgares. Una leve sonrisa al ver y oír a la multitud gritar: “¡Francisco, Francisco!”.

“¡Gracias a todos!”, pronuncia el papa con voz débil. Estaba previsto un gesto de saludo, pero el papa quiso hacerse oír, además de dejarse ver. La mirada recorrió la plaza de un lado a otro, y luego se detuvo en un detalle: la señora Carmela Mancuso, con un ramo de flores amarillas. Estaba allí como casi todos los días desde hacía más de un mes, como tantas otras veces durante la audiencia general del miércoles.

“¡Y veo a esta señora con las flores amarillas! ¡Es estupenda!” dice Francisco. Un aplauso, un coro de “¡Viva el papa!”. La misma Carmela inclina la cabeza, vencida por el peso de las lágrimas. “No sé qué decir. Gracias, gracias, gracias, al Señor y al Santo Padre. No pensé que fuera tan ‘vista’”, comentó luego a los medios vaticanos.

Justo después de abandonar el balcón, la multitud se desplazó hacia la entrada del Gemelli para presenciar la salida del Pontífice. Más saludos y coros acompañaron el paso del papa en coche. El destino era Santa María la Mayor, la basílica que Jorge Mario Bergoglio nunca ha dejado de visitar después de un viaje internacional, una operación o una hospitalización, para rezar a la Salus Populi Romani y agradecerle por su protección. El papa entregó unas flores al cardenal Rolandas Makrickas, arcipreste coadjutor de la basílica liberiana, para colocarlas a los pies del icono mariano. Era el ramo donado por la señora Carmela.

De Santa María la Mayor a Santa Marta, finalmente, con el papa que hizo su entrada en el Vaticano saludando a los militares presentes en la entrada del Perugino.

“Hemos vivido con el obispo de Roma estos largos días de sufrimiento, hemos esperado, rezado; nos conmovimos cuando, el 6 de marzo, Francisco quiso hacer llegar su débil voz a todos; nos sentimos consolados, la noche del domingo 16 de marzo, cuando por primera vez lo volvimos a ver, aunque fuera de espaldas”, escribió Andrea Tornielli, director editorial del Dicasterio para la Comunicación de la Santa Sede.

“Después de tanta preocupación, pero también tanta confianza y abandono al proyecto de Aquel que nos da la vida en cada instante y que en cada instante puede llamarnos a sí, lo volvimos a ver. Recibimos nuevamente su bendición el día de su regreso al Vaticano. Desde la habitación del hospital, en estas semanas, Francisco nos ha recordado que la vida vale la pena vivirla en cada instante y que en cada instante se nos puede requerir. Nos ha recordado que el sufrimiento y la debilidad pueden convertirse en ocasión para el testimonio evangélico, para el anuncio de un Dios que se hace hombre y sufre con nosotros aceptando ser crucificado.

Le agradecemos por habernos dicho que desde la habitación del hospital, la guerra le pareció aún más absurda; por habernos dicho que debemos desarmar la tierra y, por tanto, no rearmarla, llenando los arsenales de nuevos instrumentos de muerte; por haber rezado y ofrecido sus sufrimientos por la paz, tan amenazada hoy.

¡Bienvenido a casa, santo padre!

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