Jóvenes vulnerables
La Confederación Don Bosco (CONFE) ya alertaba desde hace años del impacto del uso cotidiano de dispositivos entre la infancia y la adolescencia. En su informe Impacto del uso de redes sociales e Internet en menores de edad (2023), subraya que la ausencia de acompañamiento digital incrementa la exposición a situaciones de riesgo como la presión para enviar imágenes íntimas, el acoso reiterado o la exposición a contenido sexualizado. El documento muestra que “la tecnología amplifica lo que ya existe en el entorno social”, lo que explica por qué las chicas jóvenes son quienes más sufren dinámicas de control, sobreexposición y sexualización en redes.
Estas conclusiones dialogan con los análisis realizados por la Coordinadora Estatal de Plataformas Sociales Salesianas (CEPSS), especialmente en el informe EntreLazando Experiencias – Voces y miradas de mujeres migrantes en contraste. En este documento, se advierte que la vulnerabilidad de adolescentes y jóvenes —especialmente chicas— se agrava cuando convergen desigualdades sociales, violencia simbólica y exposición digital. En las páginas 12 a 14 del informe se señala que muchas adolescentes experimentan “un cruce de violencias visibles e invisibles” que afectan directamente a su bienestar emocional, y que el entorno digital actúa como “altavoz y multiplicador” de estas desigualdades (CEPSS, 2024). La experiencia en los proyectos salesianos confirma que los primeros signos de violencia digital suelen aparecer en conversaciones privadas, mensajes aparentemente inofensivos o dinámicas normalizadas entre iguales que evolucionan hacia control, manipulación o chantaje.
Redes que atrapan
A nivel estatal, los datos ofrecen un panorama preocupante. El informe Redes que Atrapan de Save the Children (2025) revela que el 97 % de jóvenes de 18 a 21 años sufrió algún tipo de violencia sexual digital durante su minoría de edad, incluyendo presión para enviar fotografías íntimas, envío de contenido sexual no solicitado, sextorsión o contacto de adultos desconocidos. El documento destaca que el entorno digital se ha convertido en “la vía de acceso más rápida” para vulnerar la intimidad de niñas y adolescentes gracias a la inmediatez, el anonimato percibido y la falta de acompañamiento adulto.
El estudio Así somos. El estado de la adolescencia en España de Plan International España (2025) aporta un dato revelador: el 84 % de chicas jóvenes teme que su imagen sea utilizada para generar contenido sexual mediante inteligencia artificial. La mayoría reconoce sentirse presionada respecto a su apariencia física, su expresión personal y su presencia en redes sociales, experimentando dinámicas de evaluación constante que impactan en su autoestima y en su salud mental.
Por último, la Plataforma de Organizaciones de Infancia (POI), en el informe Violencia sexual entre adolescentes: retos y políticas públicas (2024), confirma que una parte creciente de la violencia sexual entre adolescentes se ejerce a través de dispositivos móviles. La POI documenta prácticas como control digital, difusión de imágenes sin consentimiento, manipulación afectiva y coerción mediante redes sociales. El informe subraya que muchas de estas violencias se han vuelto “cotidianas, normalizadas y muy poco visibles para los adultos”, y que para numerosas jóvenes lo digital “no se percibe como real”, lo que dificulta la denuncia y agrava el impacto emocional.
¿Dónde? En una pantalla
Este conjunto de evidencias revela una realidad urgente: la violencia contra las mujeres ya no comienza solo en el entorno adulto ni exclusivamente en lo presencial. Para muchas adolescentes, el primer contacto con dinámicas de control, presión o agresión ocurre en una pantalla. Allí, en chats privados, redes sociales, videojuegos o aplicaciones de mensajería, se ensayan comportamientos que reproducen patrones machistas y desigualdades de poder que luego se trasladan a la vida cotidiana.
Acompañar a la juventud ante estas violencias implica más que advertir del peligro. Supone educar en igualdad, en responsabilidad afectiva y en derechos digitales; fortalecer la autoestima de las jóvenes y sus competencias digitales críticas; y garantizar que pueden pedir ayuda sin temor. También implica trabajar con los chicos para identificar y rechazar conductas que reproducen violencia, aunque estén normalizadas en su entorno digital.
Acompañar
Desde la misión salesiana, este reto es profundamente educativo y pastoral. Estar presentes donde está la juventud significa acompañar también en lo digital: escuchar, orientar, generar vínculos de confianza y construir comunidades —presenciales y virtuales— que protegen y dignifican. La prevención no es solo un aviso: es un acompañamiento continuo, que educa en bienestar digital y crea espacios donde cada joven, especialmente cada joven mujer, pueda crecer sin miedo.
Lo digital no es un espacio neutro. Puede ser un canal de violencia, pero también puede convertirse en un lugar de creatividad, encuentro y libertad. La clave está en educar para el bienestar digital: un camino que protege, transforma y prepara a la juventud para relacionarse desde el respeto, la igualdad y el cuidado mutuo.











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