Espiritualidad matrimonial y familiar

4 diciembre 2017

Eugenio Alburquerque Frutos

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Hace ya varias décadas, cuando el Concilio Vaticano II se refería al apostolado de los laicos, destacaba la espiritualidad que brota de la vida familiar. Decía que la espiritualidad de los laicos debe asumir características peculiares por razón del estado de matrimonio y de familia y que las preocupaciones familiares no deben ser algo ajeno a su estilo de vida espiritual… La comunión familiar bien vivida es un verdadero camino de santificación en la vida ordinaria y de crecimiento místico, un medio para la unión íntima con Dios (Amoris laetitia 313 y 316).

Se entiende la espiritualidad como la vida según el espíritu. La espiritualidad cristiana es, por consiguiente, la forma de vida guiada por el Espíritu de Cristo. Es presencia, camino y dominio del Espíritu que conduce a vivir el Evangelio del amor, el seguimiento de Jesús, el compromiso por el Reino de Dios. Consiste esencialmente en vivir la caridad perfecta, que adquiere diferentes matices según el estado de vida, que cada uno ha elegido.

En concreto, la espiritualidad conyugal-familiar procede del sacramento del matrimonio y está llamada a vivirse en pareja y en el ámbito de las relaciones propias de la familia: padres, hijos y hermanos entre sí. Desde esta perspectiva, el papa Francisco señala en el último capítulo de Amoris laetitia algunos rasgos característicos de esta espiritualidad.

Cristo unifica la vida familiar

En la base de la familia está el matrimonio, signo visible del amor con el que Cristo ama a la Iglesia. Por ello, la espiritualidad conyugal-familiar es una espiritualidad cristocéntrica. Si la familia logra concentrarse en Cristo, él unifica e ilumina toda la vida familiar. De este modo, los sufrimientos y las angustias se viven en comunión con la cruz del Señor. Y los momentos de gozo, el descanso o la fiesta y también la sexualidad, se experimentan como una participación en la vida plena de su resurrección.

En este contexto, “la oración en familia es un medio privilegiado para expresar y fortalecer esta fe pascual” (AL 318). A través de la oración, la familia cristiana comparte su fe y pone a Dios en el centro de su vida. Por eso la vida espiritual de la familia tiene que cuidar momentos de oración en común. Es bueno que los esposos recen juntos, y recen también junto con los hijos. Su misma vida es el contenido de su oración. Es bueno “decirle las cosas que preocupan, rogar por las necesidades familiares, orar por alguno que está pasando un momento difícil, pedirle ayuda para amar, darle gracias por la vida y por las cosas buenas, pedirle a la Virgen que proteja con su manto de madre” (AL 318).

Espiritualidad del amor

La espiritualidad familiar es espiritualidad del amor exclusivo y libre. En cuanto derivada y alimentada por el sacramento del matrimonio, la espiritualidad familiar encuentra su verdadero centro en el amor conyugal. Lo más propio del amor conyugal es su carácter de totalidad. Implica la donación y entrega recíproca de los cónyuges, la donación corporal, afectiva y espiritual. Es decir, comporta la entrega del cuerpo, como expresión del propio ser y de toda la persona: “Los esposos asumen el desafío y el anhelo de envejecer y desgastarse juntos y así reflejan la fidelidad de Dios” (AL 319). Esta decisión marca un estilo de vida.

Espiritualidad de comunión

Según Francisco, la espiritualidad familiar es sobre todo espiritualidad de comunión sobrenatural: “La presencia del Señor habita en la familia real y concreta, con todos sus sufrimientos, luchas, alegrías e intentos cotidianos… En definitiva, es una espiritualidad del vínculo habitado por el amor divino” (AL 315). Y una comunión familiar vivida es un verdadero camino de santificación en la vida ordinaria.

El amor conyugal crea la comunión de personas y el ámbito más propicio para vivir la comunión de amor entre Dios y los hombres. La vida en comunión es, pues, una dimensión esencial de la espiritualidad familiar. No se trata solo de una comunión natural y humana, fundada en los vínculos de la carne y de la sangre, sino también de una comunión sobrenatural “nueva”, que surge en virtud de la fe y de los sacramentos, en particular, en virtud del sacramento del matrimonio. La fuente inagotable de esta comunión es el Espíritu Santo, que vincula a los creyentes con Cristo y entre sí, en la unidad de la Iglesia.

Espiritualidad del cuidado, del consuelo y del estímulo

Finalmente, la espiritualidad familiar es también espiritualidad del cuidado y de la acogida. En este sentido se refiere Francisco a la familia como “el hospital más cercano”. Y anima a todos sus miembros a vivir así: “Curémonos, contengámonos, y estimulémonos unos a otros, y vivámoslo como parte de nuestra espiritualidad” (AL 321).

Pero, además, bajo el impulso del Espíritu, la familia sale también de sí misma para derramar su bien en otros, para cuidarlos y buscar su felicidad. Esta apertura se expresa particularmente en la hospitalidad: “Cuando la familia acoge y sale hacia los demás, especialmente hacia los pobres y abandonados, es símbolo, testimonio y participación de la maternidad de la Iglesia” (AL 324).

TESTIMONIO FAMILIAR

“Amor al atardecer de la vida”

“Cuando el vino se añeja con esta experiencia del camino, allí aparece, florece en toda su plenitud, la fidelidad de los pequeños momentos de la vida. Es la fidelidad de la espera y de la paciencia. Esa fidelidad llena de sacrificios y de gozos va como floreciendo en la edad en que todo se pone añejo y los ojos se ponen brillantes al contemplar los hijos. Como enseñaba san Juan de la Cruz, «los viejos amadores son los ya ejercitados y probados». Esto supone haber sido capaces de superar juntos las crisis y los tiempos de angustia, sin escapar de los desafíos ni esconder las dificultades” (Amoris Laetitia, 231).

Juan Manuel Pérez Ferrete y Pepita Camacho Camacho son un matrimonio de 88 y 87 años, salesianos cooperadores y padres de tres hijos, un salesiano, una educadora, un actor. Se conocieron y se enamoraron delante de la imagen de María Auxiliadora, maduraron su amor y dieron origen a su familia, siempre arropados por la casa de la Trinidad y la familia salesiana. El pasado septiembre, rodeados por su familia, amigos y familia salesiana celebraron 50 años de fidelidad en el amor, como matrimonio.

Compartir con ellos cualquier encuentro espontáneo, intercambiar con ellos gestos, miradas y algunas palabras, es contagiarse dulcemente de esa ternura entrañable que sólo pueden transmitir aquellos que han hecho un largo camino juntos, poniendo al Dios de Jesús en el centro de sus vidas y de su familia. Testimonios como el suyo nos ayudan a todos a ser fieles a nuestro compromiso y a entregarnos plenamente al otro a lo largo del tiempo en los buenos y en los malos momentos. Sólo merece la pena vivir la vida desgastándose lentamente por amor, envejecer junto a la persona amada. Juan Manuel quiere compartir con todos los lectores del Boletín Salesiano la alegría de ese día.

Una experiencia inolvidable

“Escribo estas letras a raíz de la celebración de nuestras Bodas de Oro matrimoniales, vividas en la Basílica de María Auxiliadora de la Stma. Trinidad de Sevilla, palpando muy de cerca el amor de Dios sobre nuestras vidas.

Desde hacía bastante tiempo, empezamos a prepararnos para que cuando llegara el día 23 de septiembre, encontrarnos en forma, para renovar el Sacramento de nuestro matrimonio. Son muchas las cosas que teníamos que tener en cuenta; alegría, desprendimiento, espíritu de servicio, agradecimiento. Aunque todas son importantes considero primordial la unión y el perdón, no sintiéndose nunca superior al otro.

Un impulso que sentimos, antes de salir de casa, fue que todo el que nos acompañara y participara en la celebración recibiera la bendición del Señor como nosotros. Hubo momentos que nos emocionaron por el cariño y entrega de mis hijos, familiares, y todos los que nos acompañaron.

Por eso, es imposible no dar gracias a Dios y a la Auxiliadora, por la vida que nos da por tener unos hijos maravillosos, por vivir en el seno de la Iglesia, que nos acompaña en el camino de la vida, procurando vivir con sencillez, participando del Amor de Dios, perdonando siempre que se presente la ocasión”.

Juan y Pepita

SS.CC. del Centro de la Stma Trinidad -Sevilla

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