La Familia Salesiana vive con emoción estos momentos que marcan el camino vocacional de jóvenes que han decidido comprometer su vida, dentro de la Iglesia, con el estilo salesiano. Más allá de los números, que siempre nos parecerán pocos, hay que poner el acento en cada uno de los que dicen ‘sí’ al Señor. Es preciso agradecer su generosidad en estos momentos en los que tan difícil parece tomar decisiones que conlleven un “para siempre”.
Llegar a esos momentos (ordenación, profesión religiosa o promesa) supone haber dedicado años de formación y de discernimiento en ese camino vocacional. Para muchos de ellos, han sido años de estudio, de vida de comunidad conociendo la Congregación y dejándose acompañar por ella. Han sido años para ir moldeando carácter, intenciones, descubriendo las razones profundas de la llamada, sentida, del Señor a dedicar la vida a su servicio en la misión salesiana. Han sido años de ir saboreando, poco a poco, la vida salesiana con todo lo que conlleva de entrega a los jóvenes, vida común, encuentro con Dios. Todo eso cristaliza en un momento, vivido desde la fe, que sirve de lanzadera para seguir caminando.
Voluntariado juvenil
En el fondo, cada uno de nosotros tiene que descubrir su vocación, su lugar en el mundo, el para qué de su vida. Desde la fe, entendemos la vida como una respuesta al sueño de Dios sobre cada uno de nosotros, cualquiera que sea nuestro estado. Por eso la pastoral salesiana tiene un marcado carácter vocacional, para ayudar a los jóvenes a encontrar su sitio en la vida desde lo que Dios les está pidiendo.
Esto se concreta en preguntarse qué quiero hacer con mi vida. Y la vocación se va realizando con elecciones concretas. Así lo viven los cientos de animadores, jóvenes educadores de otros jóvenes, que dedican su tiempo libre a nuestros centros juveniles o plataformas sociales, especialmente en el verano. O los jóvenes y adultos que marchan unos meses o un año a otros países para compartir su vida, como voluntarios misioneros, con los más desfavorecidos.
Cada uno de ellos son un motivo para dar gracias a Dios, para alegrarnos porque sigue habiendo jóvenes que escuchan su llamada y responden ‘sí’.
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