¡Es una buena cosa! Ya hay algo que no tengo que hacer, me lo hace esta “maquinica”. Un instrumento cuyo programa ha sido ideado por alguien basándose en cómo se limpian los cristales a mano.
El ritmo de esta máquina me ha dado que pensar. Si la mente humana es capaz de programar algo tan perfecto es porque es capaz de imaginar esa perfección y ponerlo “en negro sobre blanco”. Si, además, permitimos que en el proceso actúe nuestro corazón, no conseguiremos sólo algo muy bien hecho; estaremos hablando de crecer, de avanzar… ya no estoy hablando de limpiar cristales, ni de máquinas, ni robots.
En ocasiones, hacemos un trabajo perfecto, pero sin alma. Nadie puede decirte que esté mal hecho, que no se hayan alcanzado los objetivos propuestos, nadie puede “echarte en cara” que no hayas terminado correctamente.
Y en otras ocasiones, sin perder eficacia, ponemos todo nuestro corazón en llenar de alma una acción y ésta brilla y destaca porque los resultados que obtenemos parecen tener vida propia y se multiplican. No solo son correctos, son, también, sorprendentes. Nos ponemos en otra dimensión, somos algo más que un robot.
Te animo a analizar porqué unas veces elegimos ser robots y otras buscamos que los proyectos en los que nos implicamos brillen. ¡Yo me lo pongo como tarea de verano!
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