Esta historia comienza hace muchos años, después de la infame Primera Guerra Mundial, en un pueblo de la Alta Italia, en una digna familia pobre de 13 hijos.
Una noche, después de la distribución de polenta a los hermanos y hermanas, uno de ellos se dio cuenta de que sus padres se habían quedado sin ella. “¿Por qué papá y tú tenéis el plato vacío?”, le preguntó a la madre. Ella dijo: “Esta noche no tenemos hambre”. “Entonces tampoco yo tengo hambre”, dijo él, y salió corriendo llorando. La madre fue donde estaba, también el padre. Fue entonces cuando el pequeño Orfeo dijo con decisión: “¡Si me hago sacerdote, trabajaré sólo por los pobres, por los que tienen hambre, como tengo hambre yo esta noche!”.
Salesiano para los pobres
Orfeo Mantovani entró en el noviciado de los salesianos y en 1934 partió hacia las misiones salesianas en la India. La India se convirtió en su segunda patria. Su obispo era otro gigante salesiano, que tenía el coraje y la barba de los patriarcas, Mons. Luis Mathias, quien cumplió el deseo de don Mantovani, confiándole las zonas más miserables de la ciudad de Madrás.
Se puso manos a la obra. Junto a un ferrocarril, en la tierra ennegrecida por antiguos yacimientos de carbón, comenzó a recoger los abandonados de los caminos, los abandonados por todos, los que ya no tenían fuerzas para vivir. Con ellos lanzó el desafío al “tigre negro”, el hambre desesperado de los barrios bajos.
Así que el salesiano fundó, paso a paso, como lo hizo Don Bosco, el Centro de Socorro Social, con escuelas primarias diurnas y nocturnas, clínica y hospital gratuitos, leprosería, oratorio festivo… Cuando murió, otro salesiano tomó su lugar, y luego otro y otros, porque esta es la belleza de ser una gran familia religiosa. Y el lugar se convirtió en una ciudadela de caridad amorosa.
En esa ciudadela, en Chennai, entré hace unas semanas y fue una experiencia magnífica. La obra se llama Bienaventuranzas y se conoce como la casa salesiana en la que se entra a la edad de 3 años y de la que muchos salen al final de su vida, para encontrarse con el Señor. Bajo la sonrisa de Don Bosco “de la cuna a la tumba”, dicen allí.
De la cuna a la tumba
Quizás les sorprenda lo que les escribo, pero he admirado el trabajo salesiano, el servicio que se ofrece a miles de familias, niños, adolescentes, jóvenes y ancianos. Y todo esto es fruto de la colaboración de tres Congregaciones de la Familia Salesiana: de los Salesianos de Don Bosco, de las Hijas de María Auxiliadora y de las Hermanas de María Auxiliadora (SMA).
Las Salesianas se encargan de los niños a partir de los 3 años y de la escuela primaria. Las SMA viven asistiendo a hombres y mujeres ancianos que no tendrían otro lugar (y naturalmente ninguna asistencia social posible) para vivir su vejez hasta el final de sus días. Los Salesianos cuidan de niños y niñas de diversas edades, y niños pobres recogidos en la calle. Además, visitan a las familias de la zona, que viven en la pobreza, y cuidan de la parroquia.
Parece, en cierto sentido, una “pequeña ciudad salesiana” por todo lo que allí se vive. Me impresionó profundamente y os prometí que hablaría de ello, que lo daría a conocer, como aprendimos de Don Bosco.
Aprecio mucho la colaboración que hemos establecido entre estas tres congregaciones de nuestra Familia Salesiana. Lo importante aquí no es quién es el dueño de la tierra o edificios, sino el bien que se hace y que se hace juntos, yendo al encuentro de los más pobres y frágiles.
Cualquiera que considere la pequeña ciudad de las Bienaventuranzas no puede evitar maravillarse con los resultados que un poco de amor compartido permite lograr. Cada día se garantiza la alimentación de 300 personas mayores, se presta atención diaria a más de 1.000 niños de ambos sexos y más de 15.000 personas reciben una respuesta para sus diferentes necesidades, “todo casi sin costo”. Las personas que entran en esta pequeña ciudad ven con sus propios ojos estos “50 años de milagros diarios”.
Los lemas característicos de esta casa son: “Servir a los enfermos es la mejor oración” (Mantovani), “Nadie tiene derecho a ser feliz solo”, “Es posible dar sin amar, pero no se puede amar sin dar”.
Fidelidad y Evangelio
La gente cree que la ciudad de las Bienaventuranzas es una expresión tangible de la fidelidad de los salesianos al servicio de los pobres y la manifestación concreta de la providencia divina a su favor. Para los jóvenes de los barrios marginales es un oasis, una iglesia, una escuela, un campo para entrenar en un deporte, un gimnasio, etc.
Y piensen que en Chennai hay 15 comunidades salesianas, que incluyen parroquias, escuelas secundarias medias y secundarias superiores (liceos), institutos técnicos, oratorios, centros de trabajo juvenil, centros sociales para niños y jóvenes en riesgo, casas de formación, una de las cuales es un seminario. El arzobispo, el clero y los laicos cristianos y no cristianos aprecian mucho las obras realizadas por los salesianos, en particular por su atención a la pastoral juvenil, por la misión que llevan a cabo al servicio de los más pobres y también por las escuelas de excelencia, que constituyen un buque insignia en el campo de la educación de calidad.
Todo esto me habla de la belleza del Evangelio que se transmite por el mundo, con la fuerza y silencio de la caridad; me habla del carisma de Don Bosco y del gran valor de haber querido llegar a los rincones más remotos de los 134 países (el 72% de los países del mundo) en los que los Salesianos se encuentran. Don Bosco quería que un primer grupo fuera a Argentina para ayudar a los emigrantes italianos y luego llegar a los nativos. Si se hubiera quedado solo en Italia, la realidad del carisma de Don Bosco sería muy diferente hoy.
Termino con las palabras pronunciadas un día por un funcionario hindú: “Si la religión cristiana puede producir hombres como el padre Mantovani, sólo puede ser divina”.
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