El desafío de la Iglesia: apostar por los jóvenes. La comunidad cristiana debe acoger a los jóvenes, estimulando su libertad y su responsabilidad para asumir compromisos duraderos. Este es el desafío de la Iglesia: hacer una opción preferencial y eficaz por los jóvenes, salir al encuentro de ellos (también a los alejados) y ofrecerles ideales de una fe vivida concretamente, junto con una autoridad fiable que los haga verdaderamente maduros.
La credibilidad de la Iglesia. Si se da por hecho en el debate sinodal que a la Iglesia le falta credibilidad con sus actos, ¿cómo puede hablar a los jóvenes? El tema de los abusos fue uno de los temas afrontados desde el inicio del Sínodo. El Obispo Auxiliar de Los Ángeles, Mons. Robert Emmet, explicó que los jóvenes “quieren de la Iglesia paternidad y maternidad espiritual, sobre todo hoy que la familia está en crisis. Están pidiendo ser padres espirituales. No quieren sacerdotes burocráticos, sino padres”.
La importancia de no perder las raíces. Entre las intervenciones de los obispos, destacaron aquellas centradas en la amenaza del fundamentalismo religioso y la corrupción que se cierne sobre el horizonte de la fe y la esperanza de los jóvenes. La clave es lograr un cambio cultural: hay que prestar más atención a la cuestión de la migración, la pobreza y la pérdida de las raíces culturales que afligen a tantos jóvenes del mundo.
Una Iglesia valiente ante las situaciones adversas. Eso es lo que piden los 34 jóvenes participantes insistentemente en los encuentros sinodales de cada día. “Queremos una Iglesia que no se raje ante la adversidad, es decir, no rendirse ante escándalos, guerras, persecuciones, migraciones forzadas, discriminaciones o violencia. Son temas que los estamos tratando en el Aula”, según explica la joven mexicana Corina Fiore Mortola.
“Los jóvenes deben ser acompañados, no dirigidos”. Esta idea lleva debatiéndose por los padres sinodales desde que comenzara el Sínodo. El Cardenal Juan José Omella, Arzobispo de Barcelona, dijo que, “los jóvenes quieren ser acompañados, no dirigidos y en los encuentros sinodales estamos discutiendo quién debe ser acompañante. No sólo el sacerdote, sino también los consagrados y los laicos”. Los casos de abusos sexuales y su encubrimiento no han ayudado en ese acompañamiento a los jóvenes.
El papel de la mujer. Se está debatiendo mucho del papel e importancia que la mujer tiene en el seno de la Iglesia. Se lanza un llamamiento a aumentar la presencia de las mujeres en la Iglesia y a promover una pastoral sensible a la igualdad entre hombres y mujeres.
Las migraciones forzadas. Se habla periódicamente sobre la grave situación de muchos migrantes que no disponen de una regularización legal en los países de acogida –a donde llegan, después de haber tenido que abandonar forzadamente sus países de origen-, por lo que se pide a la Iglesia que sea la voz de los más vulnerables. Este es uno de los signos de los nuevos tiempos para los jóvenes y que, como tal, hay que saber afrontarlo. En este sentido, es necesario la búsqueda de la educación en el amor a los más pobres, los más necesitados.
Cultivar el ecumenismo con la oración. Los Delegados Fraternos designados por las respectivas Iglesias y Comunidades Eclesiales que aún no están en plena comunión con la Iglesia católica intervinieron en el Sínodo. Pidieron una nueva ola de frescura, un nuevo soplo del Espíritu para ayudar a los cristianos a presentar su fe a los jóvenes sin fórmulas rígidas, respetando la verdad del Evangelio, así como subrayaron la necesidad de fomentar una relación personal y amistosa con Cristo en los jóvenes a través de la oración y la ascesis en tiempos caracterizados por “maestros improvisados que se proclaman portadores de la verdad”.
El diálogo entre jóvenes y ancianos debe ser simbiótico. La vocación –subraya el Sínodo– no nace en el laboratorio, sino en la comunidad: para ser verdaderamente un “hospital de campaña”, y no una clínica exclusiva, la Iglesia debe enriquecerse con relaciones verdaderas, ser un espacio de comunión, estar llena de sentido. El diálogo entre los sueños de los ancianos y las visiones de los jóvenes será simbiótico, porque en los jóvenes la Iglesia se mira a sí misma y su fuerza está precisamente en ser el lugar donde los jóvenes pueden encontrar a Cristo resucitado.
Transmitir la fe en familia. La cuestión de la formación pasa también por el desafío de una adecuada pastoral familiar, que ayude a la transmisión de la fe entre las diferentes generaciones. La Iglesia, “familia de familias”, debe ofrecer a los jóvenes una verdadera experiencia familiar, en la que se sientan acogidos, amados, cuidados y acompañados en su crecimiento, en su desarrollo integral y en la realización de sus sueños y esperanzas.
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