Seguro que has leído esta frase al abrir tu aplicación favorita: “Para poder seguir utilizando esta aplicación es necesario actualizar”. El mundo digital, teléfonos inteligentes, tabletas, televisiones… y en el futuro hasta nuestras lavadoras y frigoríficos necesitarán actualizarse. Algunas veces es necesario para corregir errores de programación o hacer más fluida la experiencia de uso. Sin embargo, en otras ocasiones, se trata de cambios estéticos que nos hacen creer que todo es nuevo.
Como en la adivinanza del huevo y la gallina, la gran pregunta es ¿queremos cosas nuevas porque nos ofrecen novedades o nos gustan las novedades porque están constantemente ofreciendo cosas nuevas? Todo lo queremos nuevo: ropa, tecnología, manera de dar clase, en cuanto algo tiene más de 3 meses ya es viejo.
En 1965 el escritor Robert Anton Wilson popularizó la palabra neofilia y hoy se define como la obsesión por conseguir el último modelo de algo, la nueva aplicación, ropa deportiva o un afán desmedido por la renovación constante de espacios y lugares… Todos hemos visto largas colas en las tiendas de Apple para conseguir el nuevo Iphone, las listas de reserva de Amazon para recibir un videojuego y disfrutarlo de los primeros… Incluso, hay gente que madruga para ver el estreno del último capítulo de su serie favorita a la hora de EEUU.
Neofílicos por bandera
Lo nuevo atrae, en el fondo todos somos un poco neofílicos. Nos gusta estrenar ropa, como el refrán “más feliz que un niño con zapatos nuevos”. La cuestión es cómo todo esto se está agravando por nuestra relación con la tecnología e internet, y pueda hacer que dejemos de hacernos la pregunta fundamental: ¿Lo necesitamos, o nos dejamos convencer de que lo necesitamos?
La neofilia, afinidad hacia la novedad, puede llegar a convertirse en una adicción por las cosas nuevas. El consumismo acelerado y convulsivo mueve a las personas a estas tendencias desmesuradas, casi obsesivas.
Sentirse atraído por lo nuevo hace que algunas características se queden en nuestra personalidad para siempre como pueden ser la capacidad de adaptarse a un cambio extremo, el rechazo o falta de gusto por la tradición, la repetición y la rutina, la tendencia a aburrirse fácilmente de lo viejo o el deseo, casi obsesivo en algunos casos, por experimentar cosas nuevas.
Como educador salesiano me pregunto, ¿cómo hacer atractiva una Iglesia que tiene más apariencia de museo –de conservar lo viejo– que ser realmente novedad? El camino es difícil, pero no imposible, tal vez debamos creernos de verdad el grito de Isaías: “Algo nuevo está brotando, ¿no lo notáis?” (Is 43,19) o mirar al que está sentado en el trono y nos dice: “Mira, hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5).
Fuente: Boletín Salesiano
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