En gran medida los grandes almacenes y las tendencias publicitarias marcan el ritmo de nuestras vidas; a la campaña de Navidad en las grandes superficies la sucede el periodo de rebajas de enero y tras él irrumpe un mes de febrero que las modas marcan como el mes de San Valentín, mes de los enamorados. Este santo tuvo su papel relevante en el siglo III desafiando en la clandestinidad la orden del emperador Claudio II de no casar a los soldados romanos, pues pensaba que así se mantendrían fieles a sus tareas castrenses y serían mejores soldados. Y es que, como se dice coloquialmente, hay cuestiones del corazón, que no entiende la razón.
Corazones latentes
Hoy en día, dieciocho siglos después, este querido santo tiene el reconocimiento de tantas personas a las que el corazón le late de una manera especial ante su amado/a y dan el paso de sellar su amor de una manera u otra. Ante este escenario idílico, también se contempla el desamor; algo que parece que hoy está bastante extendido entre la población española. Un estudio reciente de la Universidad San Pablo CEU sostiene que algo más del 50% de los matrimonios se acaban separando en España. Un tercio holgado de los matrimonios lo hacen antes de los 20 años de casados, y la quinta parte en los primeros 10 años.
Difícilmente se pueden dar consejos o ser maestro para otros de una aventura de este calibre. Simplemente, porque no hay dos parejas iguales, o al menos no debe haberlas. Cada pareja es única, simplemente porque es la unión de dos personas irrepetibles. Pero quizá haya principios que puedan dar sentido a una vida compartida, que es lo que da continuidad a esa elección inicial de la persona amada:
– La pareja es “el primer familiar que eliges en tu vida”, pues todos los demás te los asignó la madre naturaleza siguiendo tu árbol genealógico. Debe ser tu mejor elección para configurar tu equipo, y es con él/ella con quien debes compartir cada momento, decisión, alegría, dificultad.
– Tener un proyecto que marque esa ilusión compartida. Un proyecto pensado, compartido, que dé sentido a lo que se construye juntos, que esté por encima de cualquier dificultad o alegría transitoria.
– Y por último saber dirigir las miradas. Esa mirada especial bidireccional entre la pareja, se transformará al tiempo en una mirada conjunta unidireccional hacia los frutos de ese amor, los hijos, que servirán para unir más a la pareja sin descuidar, por supuesto el amor del que son fruto. Se trata de entender la familia como el núcleo de ese amor.
Quizás esta reflexión pueda servirnos para que esa unión de dos personas no se quede en una moda como las que marcan los calendarios de las grandes superficies, sino que tenga verdadero sentido en el tiempo esa unión por la que optaron un día dos enamorados, probablemente en un contexto menos adverso que el de aquellos soldados y sus amadas bendecidos por San Valentín, porque el amor no pasa nunca.
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