Lo cierto que es que en San Pedro pintan bastos. Lo sabemos hace tiempo. Ya Benedicto XVI, que terminó por renunciar al pontificado acosado por insidias e intrigas, declaró en varias ocasiones que había lobos en la curia dispuestos a cualquier cosa por defender su cuota de poder. Cuervos, decía el Papa emérito, convertidos en aves de rapiña. Ratzinger, honesto y ejemplar, no tuvo fuerzas para acometer las reformas necesarias.
Francisco ha comenzado tímidamente algunas de ellas. Yo no creo que el actual Pontífice sea un revolucionario, como algunos lo tildan, ni un obispo tan avanzado y abierto doctrinalmente como algunos quieren hacernos creer. Pero sí es un Papa extraordinariamente sensible a la realidad social y convencido de la necesidad de abrir la Iglesia al mundo en marcada sintonía con el Concilio Vaticano II. Pienso, y sus palabras y gestos así lo han indicado en numerosas ocasiones, que está convencido de que era el momento propicio para reformas a fondo. Y lo está intentado.
Los doce años de pontificado mirados en perspectiva nos dan cuenta de hasta qué punto los postulados de Francisco tienen cauce en esta Iglesia nuestra, tan necesitada de un impulso renovador. No creo que se trate solo de una batalla entre conservadores y progresistas. Demasiado simple. Esta dialéctica lleva mucho tiempo obsoleta y, en mi opinión, no refleja adecuadamente lo que sucede en la Curia o en el clero de las Iglesias locales. Tampoco pienso que Francisco vaya a provocar una revolución teológica o pastoral. Pero sí creo que saldrán adelante muchas de sus ideas y sus apuestas por el diálogo, la apertura, la compasión y la ternura hacia la realidad que viven tantas personas en nuestra sociedad post-cristiana y que a no pocos mantiene alejados de la Iglesia. Como Iglesia, nos ha situado de otro modo en las sociedades plurales y libres del siglo XXI y ha pronunciado una palabra luminosa y fraterna en un mundo tan necesitado de esperanza.
Se trata de sanar y no de condenar. Francisco insiste en comprender y abrazar en lugar de ignorar y apartar. La Iglesia es, dice el Papa, más un hospital de campaña donde lo urgente es sanar heridos que una institución inquisitorial que reparte patentes de catolicidad a golpe de ortodoxia. Sanar con el aceite de la misericordia y vendar heridas con la ternura y la acogida. Este es el cambio de perspectiva. Y a muchos les molesta. Como a aquellos discípulos que se acercan a Jesús a denunciar a otros que no son de los nuestros y echan también demonios en su nombre. El Maestro les reprocha su visión miope del Reino y les conmina a no impedírselo. No se lo impidáis. No impidáis a Francisco seguir acogiendo a todos los que se sienten heridos y alejados de nuestra Iglesia pero anhelan caminos de retorno que pasan por la acogida, el perdón, la comprensión y el afecto.
Francisco ha bailado con lobos. Pero el Espíritu, imparable, no dejará que le hagan daño. En estos momentos de debilidad e incertidumbre, solo es necesaria una plegaria a Dios Trinidad, para que lo sostenga en este trance y, si es su voluntad, pueda continuar en el timón de la barca de la Iglesia.
0 comentarios