Construir la vida

9 febrero 2023

Desde hace un tiempo se está hablando del suicidio. Ha sido un tabú y hemos intentado esconder el tema para no provocar estigmas en las familias que han vivido en su seno este drama, pero lo cierto es que la cuestión está ahí y cada vez preocupa más, sobre todo sabiendo que es la mayor causa de mortalidad entre los jóvenes de 15 a 29 años, por encima, incluso, de los accidentes de tráfico. La realidad es así de fría y dura: en nuestro país están creciendo preocupantemente los suicidios de niños y jóvenes.

No podemos mirar a otro lado, hay adolescentes y jóvenes en nuestros ambientes que manifiestan poco apego a la vida, menosprecio de sí mismos y la certeza de que son una carga para los demás.

El acoso, la despersonalización de las redes sociales, el culto a la estética y al dinero, la falta de buenos modelos de identificación, la banalización de la vida… no sabemos dónde está la causa. Por otra parte, nuestro modelo cultural está arrinconando la trascendencia y menospreciando lo religioso, de modo que la vida humana no tiene una visión que mira al más allá.  Por eso deberíamos preguntarnos qué es lo que le pasa a una sociedad del bienestar cuando aumenta el número de chavales que no quieren vivir.

Por otra parte, se detectan cada vez más trastornos psiquiátricos y mentales en los adolescentes. Si, además, hay utilización de estupefacientes, las conductas tienen más peligro.

Habrá que revisar qué estamos haciendo mal, qué valores transmite nuestra sociedad, qué modelos de referencia tienen nuestros chavales y cuáles son sus expectativas de futuro.

Urge que en nuestros ambientes educativos detectemos esta problemática. El nihilismo y la falta de sentido de la vida se están instalando en muchos ámbitos sociales. La intolerancia a la frustración que tienen muchos jóvenes a los que todo se les ha consentido lleva a algunos a la depresión y el abatimiento ante las contradicciones y dificultades que la vida presenta.

Don Bosco decía que no sólo había que amar a los jóvenes, sino que estos debían sentirse amados. Tal vez en los sistemas sociales y educativos se haya relegado el amor. Un niño que no se siente querido no se querrá a sí mismo. Urge que los chicos y chicas se sientan queridos, animados, comprendidos. Urge dejarles hablar, ayudarles a que descubran lo mucho que valen. Urge que descubran en sus educadores a hombres y mujeres que dan testimonio, con sus acciones, de que la vida es un don maravilloso que hay que cuidar y construir.

Cada suicidio infanto-juvenil es un signo terrible que pone de manifiesto las deficiencias de un estilo social que hemos creado y que va estigmatizando y dejando de lado a numerosos adolescentes. No podemos cerrar los ojos; tenemos que preguntarnos qué está pasando.

Atrevámonos a construir la vida. Atrevámonos a vivir.

Josan Montull

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