En la experiencia que hemos vivido estos años de acompañamiento de jóvenes migrantes o demandantes de asilo en situación de clara vulnerabilidad, para nosotros salesianos es central y decisiva la idea de “vivir-con” compartiendo de cerca el día a día de los muchachos. Así fue en los orígenes de la experiencia de Juan Bosco compartiendo con los jóvenes empobrecidos y en peligro techo y pan, esfuerzo y fatigas, sueños y esperanzas.
Si etimológicamente hablando, “acompañar” hunde sus raíces en la idea de compartir el pan con alguien, el encuentro y la convivencia no pueden sino ser entendidos desde el vivir con. Nuestra propuesta es una antropología de la convivencia que intenta desenmascarar socialmente la lacra de las desigualdades y la brecha que descarta a los que menos oportunidades han tenido; y hemos diseñado con nuestra experiencia salesiana una autentica epistemología de la disidencia. En palabras del profesor Jordi Planellas, de la UOC, en su publicación Acompañamiento social:
Entendemos por disidencia que algo se ha separado, en materia de doctrina, de una comunión, de una escuela filosófica, de una línea política, etc. Pero ¿de qué nos hemos separado llegados a este punto preciso? Nos hemos separado (por lo menos eso hemos intentado construir) de las definiciones, clasificaciones y objetivaciones de los sujetos considerados ‘anormales’, distintos, objetos de nuestra manera de ‘intervenir’ (Planella, 2008, pág. 12).
En nuestro caso, nos hemos separado de la clasificación que considera al joven migrante como extranjero, un peligro social o un rival que viene a quitar el trabajo a los nacionales. Planteamos el trabajo socioeducativo como una superación de los conceptos tradicionales que vincular la educación social a la protección, a la dependencia o a la “minoría de edad”. Hemos apostado por la libertad y el alejamiento de cualquier paternalismo, por educar personas adultas y capaces de asumir el liderazgo de la propia vida para conducirse hacia la plenitud.
Estoy convencido de que Juan Bosco fue un disidente en la clandestinidad (lo abandonaros muchos de sus colaboradores y quisieron encerrarlo en un manicomio). Los salesianos somos disidentes. Nos hemos separado de la concepción habitual de considerar a los jóvenes “usuarios” a quienes dejamos utilizar los “recursos” públicos para poner en el centro a la persona y el derecho a una vida digna, independiente y libre, no subsidiada ni tutelada. Somos disidentes porque, en fin, hemos querido alejarnos de asistencialismos con mando a distancia para encarnar una antropología del encuentro, de la convivencia, del camino compartido en el que crecemos y maduramos juntos. Pagamos de persona la clandestinidad
Las disidencias están cada vez más claras y más justificadas, pero no dejan de ser disidencias y de vivir en la clandestinidad. Quizás este sea su verdadero destino: ser disidencias que buscan renovar el método cuando éste está instaurado como ‘doctrina oficial’ (Planella, 2008, pág. 13).
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