Cuando su obra evolucionó y comenzó a extenderse por el mundo, nunca olvidó sus orígenes: la formación profesional, los artesanos, serían siempre su opción prioritaria y la educación de las clases populares la palanca para la transformación social
Bien podemos decir, pues, que lo que Don Bosco llamó “sistema preventivo” (razón, religión y amor) madura históricamente en la experiencia educativa con jóvenes en situación de vulnerabilidad. Ahí, en el acompañamiento de los jóvenes que más difícil lo tienen para salir adelante, con muchachos especialmente necesitados de ser salvados de las tormentas que han dejado sus historias hechas jirones o a la deriva en no pocos casos, es donde el sistema preventivo se despliega con todas sus potencialidades.
Por eso Don Bosco, cuando reflexiona en la década de los años setenta sobre el sistema preventivo, hace dos ediciones de su propuesta, la segunda con el añadido: “El sistema preventivo en la educación de la juventud en peligro”. Estaba convencido de que sus casas eran terapéuticas para los chicos difíciles, en riesgo, en situación de desventaja. Hoy constatamos, en la primera línea de la vanguardia educativa en todas partes del mundo, que el sistema preventivo hace de una casa salesiana un laboratorio de experiencias significativas en las que, de modo particular los muchachos mas necesitados, encuentran el ambiente adecuado para crecer y madurar; para dejar atrás otras historias que les han dañado; para recuperar la confianza y salir adelante con el acompañamiento de un adulto que les ha comprendido, no los juzga y los quiere, que coge su paso y camina a su lado proponiendo senderos nuevos para alcanzar autonomía y dignidad. Tenemos hoy numerosas experiencias de “recuperación” de chicos vomitados por el sistema educativo que han encontrado en la casa salesiana el último puerto, una segunda oportunidad, una tabla de salvación.
Juan Bosco fue un pionero del acompañamiento social. Pero fue, sobre todo, un santo. Le hablaba a sus chicos de cuánto los amaba Dios. Estaba convencido de que sus jóvenes eran mejores cuando abrían su corazón a la experiencia religiosa. Por su parte, los muchachos reconocían en aquel cura acogedor y bondadoso que se preocupaba por ellos, una expresión de la Providencia.
Don Bosco es hijo de una época y contemporáneamente transformador y renovador de un tiempo y un contexto que quizás hoy no se entenderían de igual modo sin su aportación educativa, religiosa y social. A nadie se le escapa que su proyecto, ensanchado geográficamente hasta el punto más austral del continente americano, tiene la dimensión de las grandes obras que solo los grandes hombres pueden acometer. A la persona, al educador, al fundador, lo forjó una época; pero se puede afirmar igualmente que un tiempo nuevo se alumbró con su proyecto.
No escapó la gigantesca dimensión del personaje a muchos de sus contemporáneos. De entre ellos, cabe destacar al Cardenal Marcelo Spinola y Mestre (Don Marcelo Spinola y Mestre (1835-1906) fue obispo auxiliar de Sevilla (1881) de Coria-Cáceres (1884) y de Málaga (1886); fue nombrado arzobispo de Sevilla (1896) y creado Cardenal en 1905), que escribió la primera biografía de Don Bosco en lengua castellana en 1884. Las palabras del entonces obispo auxiliar de Sevilla, cuando todavía vivía Don Bosco y referidas a su viaje a París (1883), nos contextualizan mejor que ninguna otra la proyección de su figura más allá de las fronteras italianas cuando ya el siglo declinaba:
Allá por el mes de abril de 1883, llegaba a París un hombre entrado en años y al parecer flaco de fuerzas, pero de agradable rostro y sencillos aunque nobles modales, el cual viajaba modestamente, sin tren ni aparato alguno (…) El pueblo, la aristocracia, el clero, todas las clases de la sociedad, en una palabra, esmerábanse a porfía en dar muestras de estima al huésped que albergaba dentro de sus muros la ciudad del Sena; y así en los círculos más altos como en los más bajos se hablaba de él. ¿Quién era ese personaje que de esta suerte excitaba la pública atención en un pueblo de la calidad de la de París, habituado al espectáculo de todo linaje de grandezas, y que por lo mismo ante ninguna se detiene para pagarle tributo de respeto o admiración? (…) El hombre que atraía todas las miradas de las gentes, y servía de tema a todas las conversaciones, no era el zar de Rusia o el emperador Guillermo de Alemania, el conde de Bismark o el príncipe de Gortschacoff, un embajador de China o un cacique de las islas de la Oceanía… Era un varón humildísimo, un pobre sacerdote católico, sin posición en la Iglesia, sin fortuna y sin poder: era el presbítero italiano Don Juan Bosco (Spinola, 2012, pág. 12).
Definitivamente Don Bosco, el pobre campesino de I Becchi, un hombre adelantado a su tiempo en lo social, un hombre de Iglesia, se había hecho universal. Su obra, perdurando en el tiempo, estaba llamada a extenderse por el mundo entero.
Maravilloso artículo, hombre humilde, adelantado a su tiempo, ¡que gran obra, que gran legado nos dejó!.
Dios Padre Todopoderoso, humildemente te pido que concedas muchos dones como los de Don Bosco a los niños y los jóvenes de hoy para que hagan de este mundo un lugar mejor. Agradecida al padre José Miguel Nuñez por hacermelo llegar por estos medios.
Que el Señor, Don Bisco, mamá Margarita….os sigan infundiendo fuerzas para seguir caminando.
¡Feliz día de San Juan Bosco!
Creo (son otros tiempos) que hemos de felicitarnos cuando nos asomamos hoy a las casas salesianas de nuestras grandes ciudades y no vemos ya “jóvenes abandonados y en peligro” (como los de Valdocco), sino que percibimos incluso buena dosis de clase media; pero hemos de pensar también en “las misiones” y otras iniciativas de marcado carácter social, y saludar todavía actualmente, sin reservas y con alegría, la expansión de la salesianidad de don Bosco.
Pero quería añadir algo sobre el denominado sistema preventivo (la amorevolezza)… En su momento (años sesenta en Madrid) yo lo percibí también reactivo y correctivo; recuerdo, sin ánimo de generalizar, castigos (incluso físicos y aunque leves) y humillación pública de los alumnos, aunque ello no merme en absoluto mi general gratitud y cariño hacia los superiores de entonces. Quiero decir que (a mi modo de recordar) los alumnos no éramos conscientes de que hubiera formalmente un “sistema”, sino solo unos curas amables (unos más, otros menos) con los niños.
Y algo asimismo sobre la figura de don Bosco… Yo propiamente no hablaría de un “hombre de iglesia”, salvo que lo de “iglesia” se refiera al lugar de culto; quiero decir que le atribuyo buena dosis de autonomía en su proyecto, e incluso me parece recordar choques con algún obispo. Creo que tenía ideas propias y muy claras, y firme empeño tras su materialización. Un gran hombre, hecho santo por la Iglesia. En fin, vivimos otros tiempos pero don Bosco es una figura histórica (tengo varios libros sobre su figura).