El Boletín Salesiano

Las cosas de Don Bosco  |  José J. Gómez Palacios

25 enero 2022

El mensajero de Don Bosco

Cuando Don Bosco me convocó a la vida, mi mente se llenó de sueños.

Todas las publicaciones periódicas imaginamos que nuestra existencia será un largo caminar por senderos de gloria. Papel de buena calidad. Elegantes tipos de letra. Titulares que cautiven al lector. Tiradas amplias… Concebía cada uno de mis renglones como un surco sembrado de ideas nuevas. Lamentablemente, nada fue como había imaginado.

Nunca olvidaré la decepción que sufrí al verme en la imprenta del Oratorio. No hallé consuelo ni siquiera inspirando el olor a tinta fresca; ese singular perfume que llena de satisfacción a las páginas recién impresas.

Mi cuerpecillo era enclenque y estaba formado por una sola hoja. Los tipos de letra eran vulgares y ramplones… Pero lo que más mortificó mi dignidad, fue el ridículo nombre que Don Bosco me había puesto: ¡El Bibliófilo Católico!

Sumido en profunda tristeza, me deseé el fracaso: ¡ojalá no hubiera lector que me tomara entre sus manos, ni mirada que recorriera mis líneas! Pero cada mes volvía a repetirse mi triste historia.

Cada vez que Don Bosco me tomaba entre sus manos, mis ojos de papel lloraban lágrimas de tinta suplicándole mi final. Así transcurrieron dos largos años de ignominia.

Fue una mañana de abril. Recuerdo cómo Don Bosco me tomó con decisión entre sus manos. Su gesto era fuerza y caricia a la vez. Contempló los ridículos márgenes que enmarcaban mis párrafos. Movió la cabeza al observar la vulgaridad del tipo de mis letras. Calibró el escaso grosor del papel. Sus ojos se detuvieron largo rato sobre el título que tanto agobio me causaba…

A continuación tomó un lápiz rojo de su escritorio. Trazó con decisión rayas y rayas sobre mi cuerpo. Hizo decenas de acotaciones en mis escasos márgenes. Tachó mis defectos. Diseñó nuevas líneas de futuro… Noté cómo la fuerza de una profunda transformación recorría mi cuerpo de papel.

Cuando me imprimieron, comprobé que me había robustecido: ocho páginas a dos columnas. El tipo de letra era elegante. Los márgenes, amplios. Y mi nombre… por fin era distinto: ¡Boletín Salesiano! Junto con mi nuevo nombre, Don Bosco me infundió alma recia y vocación universal.

Desde aquel día me he esforzado por ser el heraldo de Don Bosco. He anunciado sus proyectos en bien de los jóvenes. He comunicado sus ideas. He compartido la alegría de los éxitos. He llorado pérdidas y fracasos. He suplicado la ayuda de las personas buenas. Mis hojas han multiplicado la fortaleza y la esperanza.

Dios me ha bendecido con una vida larga. He contemplado a los hijos de mis hijos. Los he visto cruzar fronteras, navegar mares, descubrir culturas diversas y echar raíces en los cinco continentes… porque allí donde hay un joven construyendo un mundo mejor, allí estoy yo: el Boletín Salesiano, el mensajero de Don Bosco.

Nota: Turín 1875. Don Bosco publica una hoja mensual para difundir buenos libros: el Bibliófilo Católico. Dos años después transformará esta hoja en el Boletín Salesiano, publicación mensual para dar a conocer la obra salesiana y solicitar ayudas materiales y espirituales. El Boletín Salesiano cuenta actualmente con 56 ediciones diversas, impresas en 29 lenguas y difundidas a lo largo de 134 países (MBe XIII, 229-232).

Fuente: Boletín Salesiano

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