Dicho esto, un despertar espiritual es el proceso de tomar plena conciencia de nuestro espíritu, es decir, de quiénes somos fundamentalmente, qué nos motiva y por qué deseamos realmente las cosas que deseamos. Esto se hace observando, cuestionando y desafiando nuestros patrones de pensamiento y comportamiento que provienen de ciertos sistemas de creencias y paradigmas para los que fuimos educados. Esta educación/formación comenzó en nuestra primera infancia, cuando apenas empezábamos a aprender cómo funciona el mundo y cómo nos relacionamos con él. De niños, no teníamos un nivel suficiente de pensamiento crítico para definirlo por nosotros mismos, así que confiábamos en las figuras de autoridad, nuestra comunidad y nuestro entorno para que (directa o indirectamente) definieran estas cosas por nosotros. Esta educación se convierte entonces en la base de la lente con la que vemos nuestras vidas. Con el tiempo, quedamos tan atrapados en nuestra formación que olvidamos que hay otras formas de ver la realidad fuera de la perspectiva estrecha y defectuosa con la que nos enseñaron a identificarnos.
Hoy, como ayer, en otras sociedades se sigue hablando de que hay un cierto “despertar espiritual-no religioso”. Dos libros me sirven de guía en esta reflexión que quiero llevar a cabo. Uno ya tiene unos años (Rumor de Ángeles, de Peter Berger) y el otro, reciente, de Paola Bignardi, Dio, dove sei?
Dos modos de apuntar a la misma realidad, pero hay que tener en cuenta que todo esto se da de un modo muy diversificado tanto en las sociedades como las personas en concreto.
Peter L. Berger revela cinco signos que apuntan a lo sobrenatural y a su lugar en una sociedad secular moderna explorando la naturaleza social del conocimiento y su efecto en las creencias religiosas. A partir de cinco signos evidentes en la vida ordinaria -el orden, el juego, la esperanza, la condenación y el humor-, Berger aboga por redescubrir lo sobrenatural como una dimensión crucial y rica de la humanidad. Concebido como respuesta a su influyente libro El dosel sagrado (1967), Berger huye de la jerga técnica y se dirige directa y sistemáticamente a quienes, como él, desean explorar cuestiones religiosas. Los cinco signos analizados revelan claramente que, a pesar de la secularización en marcha en la mitad del siglo XX, la religión, la espiritualidad en un sentido amplio, está presente en esa sociedad.
El otro libro que me ha despertado a este tema es el de Paola Bignardi (Dio, dove sei? Giovani in ricerca; Dios, ¿dónde estás? Jóvenes en búsqueda) de 2024. Entre ambos hay un espacio-tiempo muy dilatado que quizás explique lo que vivimos en la actualidad.
Bignardi, pedagoga y expresidenta de Acción Católica Italiana, nos habla de esta recuperación de la búsqueda religiosa. Tomando pie en la obra de Thomas Halík (La tarde del Cristianismo), Paola Bignardi señala que “el despertar de la pregunta por la espiritualidad sería fruto de la transformación de una experiencia religiosa que no responde ya a las exigencias de las personas de hoy (p. 53) […].
Los jóvenes en una encuesta en la que se basa la autora (realizada por el Observatorio Giovani Toniolo) conciben la vida como un viaje, una peregrinación y la espiritualidad sería en un sentido amplio “un viaje difícil, para ver y conocer más allá del Invisible, lo que trasciende a la propia persona y la propia experiencia. Espiritualidad como búsqueda, dentro de sí, al encuentro de sí mismo y del propio yo profundo, de los propios deseos más auténticos” (p. 54).
Por aquí caminarían algunas de las búsquedas actuales, teniendo en cuenta que este proceso no es lineal y que muchas personas experimentan su «despertar espiritual» de diferentes maneras. No es algo que ocurra una vez y ya está, la gente puede experimentar varios despertares a lo largo de su vida. La vida, podríamos concluir, es desde una cierta perspectiva, un proceso constante de aprendizaje, una peregrinación educativa y espiritual.
Bueno, la espiritualidad parece ser una fortaleza universal de antiguo, y puede que siempre se haya pensado/creído en “dioses”, o seres especiales (como de otra naturaleza), fuera ello con cierto fundamento o porque venía bien. Pero el concepto también se sostiene al margen de la religión, sin duda. Y se habla aquí de un “despertar”… Acaso se habla de un “despertar”, cuando el niño o jovencito empieza a reflexionar, a pensar con detenimiento y cierta autonomía, si es que le han educado bien en el potencial cogitacional.
No se vincularía necesariamente la espiritualidad con el credo religioso, a mi modo de ver, sino que cabría tanto en los creyentes de diferentes credos, como en agnósticos y ateos. Claro, podemos buscar referencias al respecto, y dar con diferentes concepciones y vías de reflexión; pero podría no buscarse nada “divino” con la espiritualidad, sino simplemente darse a cultivar nuestra conciencia, observar nuestra relaciones con los demás, preguntarse por el Universo, por algunos fenómenos extraños, por cómo quiere uno ser recordado cuando muera, por lo que hay, si algo hay, después de la muerte…
Luego está lo de las Iglesias, que típicamente reducen la fe oficial porque generan desconfianza cuando uno despliega el pensamiento crítico. Pero se puede cultivar un credo alejándose del clero imperante, y llevar una vida virtuosa y generosa con los demás por convicción propia, consecuencia de la propia espiritualidad; se puede incluso participar de la cultura o tradición religiosa, aunque cultivando credo propio y con dudas sin resolver. En fin, bien por la espiritualidad, se alinee, o no, con alguna doctrina religiosa. Sin pretender llevar razón o poseer la verdad, así lo veo más o menos.