Por Josan Montull
Fue hace unas semanas. Un político aspirante a la presidencia de una comunidad autónoma iba a ser entrevistado. Antes de su intervención, una mosca impertinente le molestaba en la cara. Entonces, el prohombre, en cuestión, apartó a manotazos al insecto blasfemando contra Dios y la Virgen entre risas festivas. Tiempo después, en su cuenta de twitter, el expresidente del gobierno colgaba las imágenes de los exabruptos del político insecticida diciendo “»Si no te enamoras de este candidato es que no tienes corazón».
Días después unos universitarios desatados hacía una soflama grosera desde un colegio mayor masculino a las chicas de la residencia universitaria de enfrente. Los gritos de las ventanas eran groseros, machistas y soeces. Al parecer se trata de una antigua tradición tribal en la que estos intelectuales gastan bromas a las estudiantes de enfrente.
Políticos de todo signo se lanzaron contra los universitarios y les dijeron de todo: vergüenza, machistas, agresivos, y un largo etcétera. Entre los que denunciaban esta ordinariez estaba el anteriormente citado vicepresidente que le reía las gracias al político que blasfemaba.
Pues no, a mí no me enamora el candidato que reniega, tampoco me enamoran los universitarios que gritan groserías insultantes. Me da la sensación de que las dos actitudes son muy similares. Se trata de lanzar imprecaciones desde la mala educación desprestigiándose a sí mismos. Son, sencillamente, maleducados, groseros, agresivos con el lenguaje… mediocres. No es un problema de fe, ni de machismo, ni de tradiciones… es un problema de educación. Las dos actitudes son muy semejantes: en ambos casos se usa el lenguaje para ofender so pretexto de juerga.
Maleducados, ya está, maleducados y energúmenos.
Ahora que lo del vicepresidente, escandalizado de los universitarios y animando a enamorarnos del blasfemo… eso ya es otra cosa… mucho más que mala educación. Eso es una vergüenza.
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