He dedicado toda mi vida a la educación de los adolescentes. Sigo haciéndolo en la actualidad con idéntica ilusión, pero con mucha experiencia acumulada. A pesar de que las Administraciones Educativas exijan una burocracia, cada vez más laboriosa, so pretexto de ser muy útil para los jóvenes; a pesar de que las Leyes de Educación siempre sean efímeras por cuestiones políticas y rara vez por cuestiones educativas, a pesar de todo eso…sigo compartiendo mi vida con chicos y chicas, adolescentes y jóvenes, intentando ser instrumento de su educación.
Si he aprendido algo a lo largo de estos años es que el educador debe tener una fe inquebrantable en cada chaval, por más desajustado que esté. Sólo creyendo en ellos puedo despertar lo que hay de bueno en cada uno. Sin fe en los jóvenes no puedo educarles.
A esta primera actitud se le une una segunda no menos importante, es necesario amarles…no hay fe sin amor. Creo que sin amor es imposible acercarse a ningún joven; es más, si yo no amo al chico o la chica que tengo delante, es una indecencia que tenga la osadía de entrar en el umbral sagrado de su Historia para ayudarle a descubrir cómo debe vivir para ser feliz.
Con estas dos premisas, me llegan dos noticias recientes protagonizadas por adolescentes, que son ciertamente estremecedoras.
La primera es la de las dos chicas de 14 años que esperaron a otra adolescente de la misma edad a la salida de la Escuela y, una vez allí, la apalearon llegando incluso a romperle la nariz ante la mirada impasible de muchos otros chavales mientras esto era grabado y colgado en las redes.
La segunda noticia es que un chaval de 16 años arrojó al río Besós el cuerpecito de su propio hijo al que acababa de alumbras su novia de 13 en la clandestinidad de un hotel hacía pocas horas. La policía encontró en cadáver del bebé días después.
Todos están en manos de la justicia y han sido llevado a Centros de Menores donde intentarán hacer algo con ellos.
Ambos sucesos, cercanos en el tiempo, son ciertamente espeluznantes. La falta de sensibilidad ante la vida, la incomprensión del dolor ajeno, la ausencia total de empatía con la persona agredida y la cosificación de las víctimas son actitudes horribles. Da la sensación, que la compasión, la dignidad y el respeto a cada persona han desaparecido, se han borrado de la mente de muchos chavales. Nos dicen los expertos que las redes sociales se han convertido en un extraordinario vehículo de la violencia más despiadada y que las pantallas sangrientas han hecho que desaparezca en muchos casos el umbral del rechazo a la agresividad, banalizándola como si se tratara de una imagen virtual.
Esos adolescentes se han convertido en monstruos; monstruos sin piedad ni sentimientos; monstruos que se han decantado hacia el lado más abyecto de la condición humana y lo exhiben impúdicamente para infringir más dolor; monstruos que –como el dios Saturno- devoran a su propio hijo para eludir cualquier compromiso, incapaces de conmoverse ante el que es carne de tu carne. Monstruos.
Como cualquier persona siento una repugnancia visceral por estos hechos y deseo que los culpables estén apartados de la sociedad; no quiero que estas acciones queden impunes porque eso sería una traición a las esencias de cualquier sociedad civilizada…pero no quiero, quede claro, que estos jóvenes agresores -y hasta asesinos- queden estigmatizados de por vida. Me niego a creer que estos monstruos no tienen solución. Como jóvenes que son, sigo incluso creyendo que pueden ser educados y reinsertados para la sociedad. Aunque ahora experimente una nausea tremenda ante lo que han hecho, sigo creyendo que algo bueno hay en ellos, aunque ni ellos mismos lo hayan descubierto, y que deben ser amados (no melifluamente sino con exigencia y paciencia).
Creo en la prevención de los jóvenes como método educativo por excelencia, sé que luego es difícil cambiarles, pero sigo creyendo en la redención de los chavales delincuentes y pienso que la fe y el amor son instrumentos indispensables para que una persona vaya creciendo y madurando.
Por otra parte, creo que estos jóvenes monstruos son víctimas de un ambiente en el que los que deberían dar ejemplo de tolerancia y civismo se han convertido en intransigentes aprovechados, incapaces de llegar a acuerdos y consensos, apalancados en bloqueos e intransigencias; nuestros representantes se han convertido en profesionales del insulto y la descalificación, de la agresividad televisiva y la falta de respeto. En esta misma sociedad, la nuestra, los sinvergüenzas enriquecidos exhiben su impudicia e indecencia en programas del corazón y en los realitys, utilizando el púlpito televisivo para predicar sus miserias, su desprecio a la vida y su infidelidad entre carcajadas, aplausos y gritos… estos tipos adinerados, famoso y, las más de las veces, incultos, van engendrando pequeños monstruos que crecen sin referencias morales y mimetizan comportamientos similares en su mundo cotidiano.
Otra adolescente ha saltado a las noticias estos mismos días por motivos bien distintos, Greta Thumberg –activista contra el cambio climático, porque se ha dirigido en las Naciones Unidas a los políticos y, entre otras cosas, les decía:
“Todo esto está mal. Yo no debería estar aquí arriba. Debería estar de vuelta en la escuela, al otro lado del océano. Sin embargo, ¿ustedes vienen a nosotros, los jóvenes, en busca de esperanza? ¿Cómo se atreven? Me han robado mis sueños y mi infancia con sus palabras vacías. … La gente está sufriendo … Y de lo único que pueden hablar es de dinero y cuentos de hadas de crecimiento económico eterno. ¿Cómo se atreven?”
Ya sé que estas palabras se refieren al cuidado del planeta, pero también hacen alusión a la falta de ética en personas que deberían ser responsables de la orientación moral de las sociedades. Por eso hago mías las palabras de Greta.
Siento repugnancia, es verdad, por los actos violentos de los adolescentes de los que les hablo; maldigo la mediocridad ética de muchos de nuestros dirigentes y famosos que son el peor de los ejemplos.
Pero sigo creyendo en la educación, en la confianza y en el amor. Sigo creyendo en los chavales…incluso en los que moralmente están destrozados.
Soy educador, qué le voy a hacer. Incluso sigo creyendo en los monstruos.
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