Crecer como personas cristianas es crecer en generosidad, que es otro nombre del amor. Es tarea para toda la vida hasta llegar a la plenitud del amor gratuito, sin límites (1 Corintios 13) como Jesucristo.
Los adolescentes y jóvenes se encuentran en una etapa de su desarrollo en la que necesitan “entrenarse” en el darse. El problema es que, a veces, piensan que tampoco tienen mucho que dar; en el fondo es un problema de baja autoestima.
Tener una autoestima sana y equilibrada es una de las características más importantes para una persona. Pero si los adultos que deberíamos ser más fuertes y ejemplares, tenemos días de baja autoestima, ¿qué no debe pasar con un adolescente o joven que vive aún más de cerca la impotencia y la frustración?
Una baja autoestima impide tener la autoconfianza necesaria para tomar incluso la decisión más pequeña.
La Escritura (Lucas 1, 26-38) nos enseña que la decisión más grande que dio un giro a la historia, la tomo una joven hebrea hace poco más de dos mil años. María de Nazaret en cuanto hija de su pueblo Israel, decidió acoger el designio de Dios sobre ella con alegría y valentía (Lucas 1, 38), manifestando una sana autoestima (Lucas 1, 46-55) y una fuerte identidad.
Como toda mujer hebrea, María al despertar cada mañana recitaba una bendición: «Bendito seas Señor que me has creado por tu voluntad». Cada día María aceptaba su condición de mujer y recordaba que era una criatura de Dios (salmo 8).
Cada viernes antes del anochecer, en el hogar de Nazaret comenzaba el sábado la joven esposa María encendiendo las velas del shabat para la familia, como antes lo había hecho su madre cuando ella era niña, mientras recitaba la bendición: «Bendito seas Señor que nos has pedido encender la luz». Tradición, tradiciones que se viven de generación en generación en casa.
María, según el testimonio del Evangelio, compartía las expectativas y esperanzas de su pueblo Israel, dimensión que emerge en el modo en el que alaba al Señor durante su encuentro con Isabel; vivía con un gran respeto por la Ley, observando sus preceptos en los que fue educada y a la luz de los cuales educará, junto con José, a Jesús.
Aprendiendo de María, contemplando a la joven hebrea que era, podremos intuir claves para ayudar a las nuevas generaciones a creer y crecer.
No se trata de criar a temerarios o engreídos, sino ser capaces de transmitirles vivencialmente las herramientas para que puedan desde su ser tener un sentido de la propia valía como hijos e hijas de Dios, sentirse orgullosos de quiénes son, también por la asunción de su bautismo y ayudarlos a ser conscientes tanto de sus potencialidades como de sus limitaciones.
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