Acoger, dicho de una persona, “es admitir en su casa o compañía a alguien”. La acogida lleva consigo la idea de “bienvenida”, de “ser recibido con hospitalidad”, de “un saludo o recepción cordial”, “de aceptación gozosa del otro” claves muy salesianas.
Son, en cambio, contrarias a la acogida “la exclusión”, “el rechazo” actitudes contrarias a nuestro sistema preventivo. El acogedor es “agradable”, “amable”, “generoso”, “hospitalario”, “sociable”. Acoger es siempre un sencillo, o no, acto de amor.
La acogida es una virtud o valor humano de incuestionable importancia. Se puede nacer más o menos acogedor, pero también es un valor que se cultiva, se educa.
La acogida abre puertas tanto en el que recibe como en el que es recibido. El rechazo, la exclusión, las cierra.
Se acoge a la persona humana como tal, no importando las diversidades o diferencias que la rodean. Se la acoge a ella con sus características propias y distintas. Si se la excluye o rechaza, por alguna de sus diversidades o diferencias (raciales, económicas, sociales, educativas, culturales, de sexo) se cae en algún tipo de discriminación, una falta de justicia y de amor.
Hace unas semanas pude compartir en nuestro Albergue de Santa María unas horas con el Padre Ángel, de Mensajeros por la Paz. Tuvimos a 45 niños y niñas de vacaciones de los centros de acogida de mensajeros por la paz. El Padre Ángel ha sido galardonado por importantes premios y reconocimientos, entre los cuales el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia (1994) y fue candidato al Premio Nobel de la Paz en 2017. Para mí estos son reconocimientos justos. Pero lo más importante de manera personal fue el año 2015 donde inauguró en Madrid la Iglesia y Centro Social de San Antón, abierta las 24 horas que da refugio y consuelo a las personas en mayor riesgo de exclusión, creando espacios de contención y acompañamiento a cientos de personas en situación de soledad no deseada o pobreza. Pude estar algunos fines de semana durante seis años acompañando a sus “fieles” más pobres.
El Padre Ángel cultivó la acogida desde sus primeros pasos como sacerdote. Eso se puede palpar en el tú a tú, porque lo transmite desde su ser. Y eso le ha situado en el hacer con tantas obras en bien de niños, de ancianos, de excluidos.
En estos meses los telediarios, los periódicos, las redes sociales nos hablan de refugiados que llegan a nuestras costas. Miles de personas se han lanzado al mar para intentar llegar a Europa desde África. En un contexto de crisis migratoria mundial, migrantes y solicitantes de asilo emprenden un viaje incierto en barcos inseguros, desprotegidos y guiados por contrabandistas en la ruta migratoria más mortífera del mundo. La huida de conflictos, de amenazas, de violaciones de derechos humanos y de la pobreza empuja a migrantes a intentar un viaje con para llegar a su destino: Europa. También hemos leído en los periódicos, como cada vez aparecen personas fallecidas en su casa, y nadie se da cuenta, hasta semanas o incluso meses después. Es triste morir así, sin que nadie se dé cuenta, de que no estás, que te has ido. La soledad de tantos y tantas no nos preocupa como sociedad.
Somos capaces de utilizar criterios, razonamientos hasta “políticos”, para hablar de todo ello, de manera simplista. Me atrevería a decir que ciertos comentarios hablan de un corazón que no tiene nada que ver con el corazón de Jesús.
Pero los que nos llamamos cristianos y creemos en Jesús de Nazaret, tenemos que ser acogedores. Atender lo que Jesús nos pide, que queda muy claramente recogido en los Evangelios, como por ejemplo en Mt 25,35-36: «Tenía hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estaba desnudo y me vestisteis, forastero y me hicisteis acoger… ». Mientras estas palabras de Jesús resuenen en nuestro corazón sabremos qué hacer en cada circunstancia allí donde estemos.
Cuando decimos que somos católicos, afirmamos que este sentido de universalidad marca, por definición, a la Iglesia, no sólo en el sentido de su extensión territorial o de la multiplicidad étnica y cultural de sus miembros o de su vocación misionera, sino también de su apertura universal a todo hombre y mujer, concretada en la frase de Terencio: “Nada humano me es ajeno”.
De ahí que la actitud de acogida es intrínseca a la Iglesia Católica y hace parte de su misión evangelizadora. Podemos hablar, entonces, también de una “espiritualidad de la acogida”, ya que ella es “un estilo o forma de vivir según las exigencias cristianas.
Francisco nos insta a ser Iglesia de acogida con nuestros hermanos y hermanas migrantes, desplazados forzosos, refugiados y víctimas de la trata. Cada persona migrada que llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con Jesús, que se identifica con el extranjero acogido o rechazado en cualquier época de la historia.
En palabras del Papa, acoger «es una gran responsabilidad que la Iglesia quiere compartir con todos los creyentes y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que están llamados a responder con generosidad, diligencia, sabiduría y amplitud de miras —cada uno según sus posibilidades— a los numerosos desafíos planteados por las migraciones contemporáneas.» Así, Francisco, nos invita a la acogida, a ser iglesia en salida.
Termino parafraseando a Francisco: “Cuando veo algún colegio, centro juvenil, plataforma social, iglesia, patios con las puertas cerradas, esta es una mala señal. Las iglesias siempre deben tener las puertas abiertas porque este es el símbolo de lo que es una iglesia: siempre abierta”.
El padre Ángel me lo recordó, la acogida es una forma de ser y de hacer.
Avanti sempre Avanti.
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