La bala

Las cosas de Don Bosco  |  José J. Gómez Palacios

30 mayo 2023

Soy una bala de arcabuz. Por aquellos tiempos las balas de fabricación casera éramos gruesas y toscas: una esfera de plomo de unos pocos centímetros de diámetro.

Nací en la miserable casa de un asesino a sueldo. Mi amo creció en las tabernas bebiendo el vino amargo de la violencia. La prisión y los bajos fondos de la ciudad fueron su única escuela. Era amigo de broncas y peleas; taciturno y solitario; colérico y desconfiado.

Cuando le contrataron para asesinar a un joven cura que acogía y educaba a los muchachos pobres de Turín, no preguntó nada. Resentido y amargado, aceptó. Tomó el dinero. Cerró el trato en una sombría taberna.

Durante la noche preparó el arcabuz. Cuando me eligió entre varias de mis compañeras, sentí que se aceleraba mi corazón de bala. Cuando me enteré del hombre bueno al que iba destinaba, intenté negarme. Me horrorizaba el dolor que iba a causar. Imaginaba a aquellos pobres huérfanos sumergidos en una nueva orfandad.

Mi siniestro dueño se acercó al Oratorio a plena luz. Observó a los muchachos que jugaban. Con mirada atenta siguió las evoluciones de Don Bosco. Rodeó la tapia hasta tenerle a tiro.

Acechó la sombra del cura que, tras la ventana, hablaba a los chicos. Tan sólo le separaba el frágil cristal. Cargó el arcabuz con una medida de pólvora negra. Me dejó caer por el cañón. Me apretó con fuerza. Apuntó… y disparó. Sentí un calor intenso sobre mi cuerpo de plomo. Rasgué el aire. Iba directa al corazón de aquel sacerdote bueno… Cerré mis ojos para no ver su muerte. Sentí un golpe muy fuerte.

Cuando recobré el sentido, me hallaba en las manos de un muchacho que me había recogido del suelo. Aturdida, pude ver cómo don Bosco sonreía en medio del pánico provocado por el disparo. Mostraba a sus muchachos el desconchado que yo había provocado al impactar sobre la pared, y el trozo de sotana que había rasgado al rozarle.

Cuando comprendí que el disparo había fallado, me invadió una inmensa alegría. Mi huraño y cobarde dueño huyó a toda prisa. Yo quedé libre para siempre.

Actualmente permanezco en el escritorio de Don Bosco. Me conserva sobre su mesa para no olvidar dar gracias a Dios cada mañana. Convertida en pequeño pisapapeles, mantengo apiladas las facturas del Oratorio. He recuperado la dignidad.

Nota. Durante la primavera de 1848 Don Bosco es víctima de un atentado. El disparo de un sicario intenta acabar con la vida de Don Bosco mientras explica catecismo a sus muchachos. La bala simplemente le rasgó la sotana y fue a incrustarse en la pared. (Memorias biográficas. Tomo III, 237-238).

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