Máscaras

Aprendiendo a Vivir

29 mayo 2025

Fernando García

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Las “máscaras” de la vida nos hacen caer en el formalismo, en el activismo o en la autorreferencialidad. Liberarnos de ellas nos hará tener un rostro libre.

El carnaval de Venecia se asocia a esas máscaras elegantes tras las cuales las personas esconden su rostro. La pandemia nos generó el hábito de vivir parcialmente enmascarados con diferentes niveles de protección. En el último mundial de fútbol vimos a un futbolista de élite afrontar un partido decisivo con una aparatosa máscara protectora.

Adosarse una máscara puede acompañar un momento de la vida con diversas finalidades. Podemos sentir la necesidad de “ponernos máscaras” en alguna ocasión porque necesitamos protegernos de los demás y no todo lo que pensamos conviene que se conozca. No obstante, sería insoportable vivir siempre enmascarados. La máscara se identificaría tanto con nuestra piel que acabaríamos por no distinguir entre lo que es nuestro y lo que artificialmente hemos añadido a nuestro rostro para protegernos del otro.

Formalismo, activismo, autorreferencialidad

Podemos adosarnos la máscara del formalismo que hace que las relaciones con las personas sean respetuosas, pero ni frías ni calientes. Viviendo con esa máscara todo parece que marcha con normalidad en una relación familiar o en un grupo humano, pero en realidad no se dicen las cosas que se piensan, no se afrontan los problemas y no se expresan los sentimientos. Se cumple con lo que toca, pero se pierde la pasión. Se desempeña un rol, una función, una tarea y aunque parezca que las cosas marchan con normalidad falta ilusión, compromiso, confianza.

La sociedad pone también a nuestra disposición la máscara del activismo que nos ayuda a escapar del silencio y de la reflexión y así nos protege de nosotros mismos. Llenamos nuestro horario de cosas que tenemos que hacer para no tener que estar a solas con nosotros y mirarnos por dentro. Podemos llegar a representar ante los demás un personaje ocultando nuestro verdadero rostro. Nos acostumbramos a la eficacia e inmediatez, olvidándonos de dialogar con nosotros y escondiéndonos detrás de todo cuanto hacemos.

Una tercera máscara que se puede adherir con fuerza a nuestra piel provocando que enferme es la de la autorreferencialidad. Quienes se colocan esta máscara se vuelven insensibles ante lo que les pasa a los demás porque todo lo viven desde su yo. Las heridas que genera la vida se camuflan con este apósito y se pierde la capacidad de expresar sentimientos de compasión, ternura o misericordia. Así, el rostro protegido por esta máscara de un yo grande y absorbente, se vuelve indescifrable como el de una esfinge.

Recordemos la alegría que nos dio tras la pandemia el poder liberarnos de esas “mascarillas” que impedían disfrutar del aire fresco en nuestra cara, que generaban incomodidad e impedían ver el rostro de las personas que se nos cruzaban. Identifiquemos esas máscaras sutiles o elaboradas con las que podemos estar ocultando lo mejor de nosotros: nuestras fragilidades y virtudes, risas y lágrimas, muecas de sorpresa, admiración y alegría ante los demás.

Liberémonos del formalismo, activismo y autorreferencialidad para crecer en libertad y autenticidad de vida. No dejemos que ninguna máscara oculte nuestro rostro.

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