Hace tres semanas se clausuraba, en Marsella, la tercera edición de los ‘Encuentros Mediterráneos’. Tras Bari (2020, solo obispos) y Florencia (2022, obispos y alcaldes), en Marsella el plural “encuentros” ha estado plenamente justificado; además del encuentro de obispos, ha habido otros cuatro: jóvenes, teólogos, directores diocesanos de educación y rectores de santuarios marianos. Añadamos a ello la Red de Monasterios del Mediterráneo, que rezan y se sienten unidos permanentemente a todo lo que se vive en torno al Mare Nostrum.
Un mar, cinco orillas: la noroccidental (España, Francia, Italia), la suroccidental (Marruecos, Argelia, Túnez, Libia), la oriental (Egipto, Israel, Palestina, Líbano, Siria, Turquía), la central (Albania, los países balcánicos, Grecia y las islas, especialmente Malta y Chipre) y el Mar Negro (Bulgaria, Rumania, Moldavia, Georgia, Ucrania y Rusia). Este fue mi primer descubrimiento en Bari: ver el Mediterráneo en toda su integridad y no solo desde mi estrecha mirada occidental.
La cuenca del Mediterráneo ha sido cuna de civilizaciones y de imperios; en ella han nacido o se han implantado las tres grandes religiones abrahámicas (judaísmo, cristianismo e islam); sus aguas bañan –y unen– tres continentes: África, Asia y Europa.
Las identidades de los pueblos mediterráneos son diversas, pero todas tienen como punto de unión el sentido de pertenencia a este espacio geográfico que, cantado por Serrat, va de Algeciras a Estambul.
¿Por qué y para qué la Iglesia católica se ocupa y preocupa por esta zona geográfica?
Porque lo que podría y debería ser un nexo de unión, el mar, se está convirtiendo en una frontera que divide y separa.
Porque lo que debería ser “un laboratorio de civilización y de paz” (papa Francisco ‘dixit’), es actualmente la zona del mundo con más intensidad de conflictos.
Fuente de vida
La Iglesia se ocupa del Mediterráneo para que deje de ser “el cementerio más grande de Europa” y vuelva a su vocación de ser cuna y fuente de vida.
Como cristianos, queremos convertir el mapa del Mare Nostrum en un “mosaico de esperanza”, como rezó el eslogan de Marsella.
Nos hace mucho bien a los obispos católicos encontrarnos y conocernos, constatar que, compartiendo la misma fe, la expresamos, vivimos y celebramos de maneras muy diferentes.
Por ser católicos, apuntamos a un horizonte mucho más amplio: sentarnos en torno a la misma mesa con ortodoxos, judíos y musulmanes. Sin ellos el Mediterráneo no se entiende.
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