Con ocasión de la apertura de las Jornadas de Espiritualidad de la Familia Salesiana, publicamos el prefacio del Santo Padre Papa Francisco al volumen editado por Antonio Carriero, SDB, “Evangelii Gaudium con Don Bosco”, texto en el que la Familia Salesiana retoma en clave educativa pastoral el mensaje de la Exhortación Apostólica del Papa.
«Ustedes los salesianos tienen la fortuna de tener al fundador, Don Bosco, que no era un santo con cara de ‘Viernes Santo’, triste, amargado… sino que tenía un rostro de Domingo de Pascua. Siempre fue alegre, acogedor, a pesar de las fatigas y dificultades que lo asediaban cada día. Como escriben en sus Memorias Biográficas,
«su rostro radiante de alegría mostraba, como siempre, su felicidad al estar entre sus hijos» (MB. tomo XII, 41). No es casualidad que para él la santidad consistía en «estar alegres». Podemos, pues, definirlo como portador de esa «alegría del Evangelio» que propuso a su primer gran alumno, Santo Domingo Savio, y a todos los salesianos, con un estilo auténtico y siempre actual de «alto nivel de vida cristiana» (Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, 31).
Su mensaje ha sido revolucionario en un momento en que los sacerdotes vivían alejados de la vida del pueblo. Don Bosco puso en práctica el «alto nivel de vida cristiana» entrando en la «periferia social y existencial» que se desarrollaba en el siglo XIX en Turín, capital de Italia y ciudad industrial, que atrajo a cientos de jóvenes en busca de trabajo. De hecho, el «sacerdote de los jóvenes pobres y abandonados», siguiendo el consejo clarividente de su maestro San José Cafasso, salió a las calles, a las obras, a las fábricas y a las cárceles, y allí se encontró con muchachos abandonados y solitarios, a merced de los patrones inescrupulosos. Llevaba la alegría y el verdadero cuidado de educador a todos los jóvenes que sacaba de las calles, y que encontraban en Valdocco un oasis de serenidad y un lugar donde aprendían a ser «buenos cristianos y honrados ciudadanos».
Es la misma atmósfera de alegría y de familia, que tuve la suerte de vivir y disfrutar cuando niño, cuando asistí al sexto grado en el Colegio Wilfrid Barón de los Santos Ángeles, en Ramos Mejía. Los salesianos me han formado en la belleza, en el trabajo y en estar alegre. Este es vuestro carisma.
La educación que me proveyeron me ayudaron a crecer sin miedo, y sin obsesionado. Me ayudaron a avanzar en alegría y en la oración. Como tuve la oportunidad de recordar durante mi visita a la Basílica de María Auxiliadora, el 21 de junio de 2015, vuelvo a recomendarles los tres amores blancos de Don Bosco: Nuestra Señora, la Eucaristía y el Papa.
Hoy, se habla poco de la Virgen con el mismo amor con el que hablaba Don Bosco de Ella. Se confiaba a Dios orando a la Virgen y esa confianza en María le dio el valor para enfrentar los desafíos y los peligros de la vida y de su misión. La Eucaristía, como segundo amor de Don Bosco, debe recordarles que son ustedes los que educan a los muchachos en la práctica de la liturgia, vivida con mucho fervor, para ayudarles a entrar en el misterio Eucarístico y sin olvidar la Adoración.
Finalmente, el amor al Papa: no es solo amor a su persona, sino a Pedro como cabeza de la Iglesia y como representante de Cristo y esposo de la Iglesia. Detrás de ese amor blanco al Papa, existe un amor a la Iglesia.
La pregunta que ustedes deben hacerse es: ¿Qué salesiano de Don Bosco debemos ser para los jóvenes de hoy? Yo diría: un hombre concreto, como su fundador, que como joven sacerdote prefirió el servicio entre los muchachos pobres y abandonados a su carrera como tutor en las familias de los nobles. Un salesiano que sabe mirar a su alrededor, que tiene la capacidad de ver las situaciones y los problemas críticos, los afronta, los analiza y toma decisiones valientes. Está llamado a encontrarse con todas las periferias del mundo y de la historia, con las periferias del trabajo y de la familia, de la cultura y de la economía, y que definitivamente tienen necesidad de ser sanados.
Y se acoge, con el espíritu del Resucitado, las periferias habitadas por los muchachos y sus familias, entonces el Reino de Dios comienza a estar presente y otra historia se hace posible. El salesiano es un educador que abraza las fragilidades de los muchachos que viven en la marginación y sin futuro, se inclina sobre sus heridas y las cura como un buen samaritano. El salesiano también es optimista por naturaleza, sabe mirar a los muchachos con realismo positivo. Como enseña Don Bosco, todavía hoy, el salesiano reconoce en cada uno de ellos, incluso en los más rebeldes y fuera de control, «el punto de acceso al bien», sobre dónde trabajar con paciencia y confianza. Finalmente, el salesiano es el portador de la alegría, la que nace de la noticia de que Jesucristo ha resucitado y que incluye toda condición humana. Dios no excluye a nadie. No nos pide que seamos buenos para amarnos. Y ni siquiera nos pide permiso para amarnos. Él nos ama y nos perdona. Y si nos dejamos sorprender por la sencillez de los que no tienen nada que perder, sentiremos nuestros corazones inundados de alegría. Cuando faltan estas características, encontraremos caras largas, y los rostros tristes.
A los muchachos se les debe llevar esta bella noticia en lugar de darles noticias que pasan todos los días en los periódicos y en la red. Cristo ha resucitado verdaderamente, y para demostrarlo fueron Don Bosco y Madre Mazzarello, todos los santos y beatos de la Familia Salesiana, así como todos los miembros que cada día transfiguran la vida de los que se encuentran con ellos porque fueron los primeros en ser tocados por la misericordia de Dios. El salesiano se convierte de esta manera, en testigo del Evangelio, de la Buena Nueva, que en su sencillez debe afrontar la compleja cultura de cada país. Para un hijo de Don Bosco, conjugar la sencillez y la complejidad es una misión cotidiana».
Me da mucho gozo leer sobre el legado de Don Bosco a sus hijos y nuestro compromiso por vivir esa espiritualidad….