Prefiero las cañas al champán

31 marzo 2023

El Festival de Cine español de Málaga, en su reciente entrega de premios, concedió el premio “Málaga Sur” a la madrileña Blanca Portillo por su espléndida trayectoria como actriz, directora y productora a lo largo de más de 40 años de trabajo.

Cuando esta madrileña de 59 años subió al escenario para recoger el premio y dirigirse al auditorio que le aplaudía de forma unánime, sorprendió a todos por su atuendo informal y desaliñado: una camiseta blanca a juego con las zapatillas deportivas y unos vaqueros azules; nada de vestidos largos, escotes palabra de honor o zapatos con tacones de aguja, como prescriben para las señoras las convenciones sociales en casos como este; recordemos si no, la reciente ceremonia de los premios Oscar en Hollywood.

La actriz apostó muy fuerte en su parlamento cuando, ante el estupor de la platea, se autodefinió como “una mamarracha en noche de lujo y esplendor”. Y las palabras que siguieron más su atuendo peculiar tuvieron para más de uno la energía de aquellos gestos y aquellas palabras de los profetas bíblicos del Antiguo Testamento: la fuerza de la autenticidad.

“Quiero recibir el premio como lo que soy, como persona”, afirmó de entrada la ganadora del Goya por su inolvidable interpretación en “Maixabel”, de Icíar Bollaín, o de la mejor interpretación en el festival de Cannes de 2006 por “Volver”, del maestro manchego Pedro Almodóvar.

Ahora se trataba de focalizar en su persona como ser humano que hace del arte de la interpretación en teatro, cine y televisión, una extensión orgánica de su personalidad, una lucha contra su aparente falta de belleza física para resaltar mejor sus inmensas cualidades actorales y sus variados registros, que le permiten saltar sin red del drama a la comedia y de esta a la tragedia.

“Lo que hace falta es amor, esfuerzo, formación, capacidad de soñar, cultura, trabajo y devoción”, afirmaba la actriz en el estrado; y explicaba que todo eso aumentaba con los años y la práctica, porque “todo lo demás se lo lleva el tiempo”.

Soberbio mensaje de fe y esperanza, de hondura en valores humanos por parte Blanca Portillo en un tiempo en el que campan a sus anchas la vanidad, el ego desenfrenado, el triunfo fácil, la apariencia y el éxito medido en “likes”.

40 años en los platós y en los escenarios han hecho de ella una de las actrices más solventes del panorama español y me atrevo a afirmar, del europeo. Es tal su profesionalidad que no necesita sobreactuar sino sacar a pasear su hondura y autenticidad prestándole a cada personaje el estilo que reclama, los modales y el registro adecuado, sin asomo de sobreactuación o pose impostada. No hace falta más que recordar cómo encarna a Maixabel, la dolorida y digna viuda de un político vasco asesinado por ETA.

“La cultura y el arte han de tener un eco en quien lo recibe y debo hacer algo para cambiar el mundo, ayudando a la gente a que piense y se sienta mejor”, afirma la actriz que un día tuvo tanto éxito con la serie televisiva “Siete vidas”.

Al estilo de las grandes mujeres fuertes del cine actual, como la Frances McDormand de “Tres anuncios a las afueras” o “Nomadland”, la Portillo sabe que su oficio -su arte, digo yo- es una extensión orgánica de su personalidad, así es que se presenta en el escenario o en la pantalla como una “trabajadora social que le gusta luchar y le apasiona lo que hace”, como reconocía en su discurso. Y no estamos hablando de una súper diva alejada del barullo de la plebe, sino de una mujer sincera, a veces intolerante y muy tímida -como reconoce- y siempre apasionada. Una mujer que es actriz, sí pero que es ante todo “una mujer, que prefiere el amor a la admiración y las cañas al champán”.

En una época de sobreactuación pública, de distorsión y de polémicas interesadas con bases falsas, la altura actoral y sobre todo humana de Blanca Portillo la convierten en un referente en un país como el nuestro tan necesitado de valores cívicos y morales, servidos en su caso por un arte interpretativo de primera clase.

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