Están bien todas esas tradiciones… pero sin el pequeño Jesús, todo se nos antoja en pura vanidad sin Navidad.
Los cristianos celebramos la irrupción de Dios en la historia, un Dios que se hace humano; por eso todo lo auténticamente humano es de Dios, porque Dios se ha hecho un recién nacido. Esa es la gran novedad. Para nosotros, todas esas fiestas sin Jesús son vacías.
Eso tiene para nosotros una descomunal consecuencia: si Dios se hace humano… tenemos que descubrir a Dios en todo lo humano, y de manera particular, en todo lo frágil. Es decir, que: en la solidaridad, el amor, el perdón, la fiesta y la ternura, independientemente de cuál sea el credo que lo firme, nos encontramos con el Misterio de un Dios que -para darse a entender- se ha hecho, ser humano.
El brillo de tanta luz y tanto festejo puede hacer que no veamos que cerca de nosotros hay seres humanos que, como el pequeño Jesús, se refugian en los márgenes de la sociedad buscando una vida digna. Son los pobres, los excluidos, los marginados. Así como el pequeño Jesús nació en un establo, sólo podemos descubrir el Misterio de Dios poniendo nuestros ojos en los que malviven a nuestro lado, privados de los lujos navideños. No por casualidad, también allí nos encontramos a hombres y mujeres que, lejos de la superficial vanidad, dan vida desde la solidaridad a los que sufren.
Y es que, sólo dando vida nos encontraremos con el pálpito de un recién nacido en los márgenes de la Historia que viene a nuestro encuentro para darnos una luz profunda y auténtica.
Son sólo siete letras. Reordenémoslas para vivir con autenticidad y fiesta el nacimiento de Jesús, el gran ausente de la Navidad.
Ánimo, maldita vanidad,
acompañemos a los que dan vida.
Feliz novedad.
Feliz Navidad.




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