Texting

Aprendiendo a Vivir

30 enero 2025

Jota Llorente

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La acción de texting está presente en todos nosotros diariamente. Escribimos mensajes de texto por aplicaciones de móvil sin parar. Pero, ¿quizá hemos perdido con esto mucha de la capacidad de relacionarnos en persona?

Mi madre, que me lee todos los meses en el Boletín Salesiano –y a la que aprovecho para mandar un beso–, a veces me dice que uso palabras que ella no entiende porque están en inglés. Lo siento, pero hoy traigo otra de esas palabras: texting.

El texting es la acción de enviar mensajes de texto a través de aplicaciones como WhatsApp, Telegram. Es algo que hemos incorporado a nuestras rutinas, pero que a la vez se está convirtiendo en un verdadero síndrome, ya que hay personas que solo se comunican por texto. A un lado han quedado las llamadas telefónicas o el quedar en persona. Como siempre ocurre con la tecnología, tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes.

Dar a la tecla

Seguro que en estas fiestas navideñas que acaban de terminar recibimos cientos de mensajes en nuestros móviles: felicitaciones, buenos deseos y, cómo no, el típico “¡Feliz Año Nuevo!” en los grupos de WhatsApp. Pero, ¿cuántos de esos mensajes escribimos desde el corazón? ¿Cuántos fueron un gesto sincero y cuántos solo un compromiso para no quedar mal? ¿Cuántos simplemente se reenviaron de un grupo a otro?

Lo mismo pasa en los cumpleaños. Una felicitación rápida en el grupo familiar o de amigos se ha convertido en la norma. No hace mucho, una llamada, una visita o incluso una carta eran las formas habituales de expresar a alguien que nos importa. Pero hoy, con el texting, parece que estamos perdiendo algo esencial: la conexión afectiva que solo se logra a través de una comunicación más directa y cercana.

El texting tiene sus ventajas, claro: nos acerca en la distancia y permite un contacto rápido. Pero cuando abusamos de esta forma de comunicación, corremos el riesgo de hacerla superficial. Un emoji no puede sustituir una sonrisa real.

El texting no es malo en sí mismo, pero debemos usarlo con cuidado. Al final, lo que más cuenta no es cuántos mensajes envías, sino cuánto afecto y atención ofreces a las personas que realmente te importan.

Por ellos no está mal reflexionar antes de escribir. Piensa si envías un mensaje por costumbre o porque realmente deseas conectar con esa persona.

Rescata las llamadas. Una llamada telefónica, aunque breve, suele transmitir mucho más que un mensaje de texto. El tono de voz, las risas e incluso los silencios tienen un valor que el texto no puede ofrecer.

Trata de priorizar el cara a cara. Siempre que sea posible, elige un encuentro en persona. Un café, una charla en el parque o un simple paseo pueden fortalecer vínculos que un mensaje jamás logrará.

Si decides escribir, intenta que tus palabras tengan un toque personal. Un mensaje pensado para alguien en concreto tiene más valor que uno genérico enviado a varios contactos.

Quizás, cuando llegue el próximo cumpleaños o las próximas navidades, sea un buen momento para volver a lo esencial: una comunicación que haga sentir al otro que, de verdad, estamos cerca.

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