Todavía parten

11 octubre 2022

El sueño misionero continúa

La primera expedición misionera fue bendecida por las lágrimas de Don Bosco que dijo: “Nosotros damos inicio a una gran obra. ¿Quién sabe si esta partida sea como una semilla de la cual va a surgir una gran planta?”. La profecía se volvió realidad.

La primera vez fue inolvidable. Era la fiesta de San Martín de 1875. El mundo no lo sabía, pero en aquel rincón de Turín llamado Valdocco comenzaba una empresa extraordinaria: 10 jóvenes salesianos partían para Argentina. Eran los primeros misioneros salesianos.

Las Memorias Biográficas narran aquel momento con tintes épicos: “Daban las 4 y sonaban las primeras notas del concierto campanario, cuando surgió en la casa un impetuoso rumor con un violento golpetear de puertas y ventanas. Se levantaba un viento tan fuerte que pareciera quisiera aterrar el Oratorio. Sería una casualidad, pero el hecho es que un viento igual sopló cuando se colocó la primera piedra de la iglesia de María Auxiliadora y uno similar cuando se consagró el Santuario”.

La basílica estaba llena. Don Bosco subió al púlpito. “Cuando apareció se hizo en aquel mar de gente un profundo silencio; un espasmo de conmoción pasó entre la audiencia, que apuró ávida sus palabras. Cada vez que se refería directamente a los misioneros, la voz se le quebraba. Y fue con viril esfuerzo con lo que lograba frenar las lágrimas, pero la audiencia sí que lloraba”.

“Me falta la voz, las lágrimas me sofocan la palabra. Solamente les digo que si mi ánimo en este momento está conmovido es por su partida, mi corazón goza por un gran consuelo al mirar sólida nuestra congregación; al ver que en nuestra poquedad también nosotros en este momento ponemos nuestro granito de arena en el gran edificio de la Iglesia. ¡Sí! Parten valerosos; pero recuerden que hay sólo una Iglesia que se extiende en Europa y en América y en todo el mundo, y que recibe a los habitantes de todas las naciones que quieran venir a refugiarse en su materno abrazo. Como salesianos, en cualquier remoto lugar donde se encuentren, no olviden que aquí en Italia tienen un padre que les ama en el Señor, una congregación que ante cualquier desavenencia piensa en vosotros, que os provee y siempre os acogerá como hermanos. Id pues; habréis de afrontar todo tipo de cansancios, de agotamiento, de peligros; pero no temáis, Dios está con vosotros. Iréis, pero no solos; todos os acompañarán. ¡Adiós! Tal vez no nos veamos todos ya más en esta tierra” (MB XI,381-390).

Abrazándolos, Don Bosco entregó a cada uno un folleto con 20 recuerdos especiales, un paterno testamento para los hijos que, tal vez, no volvería a ver más.

Crece el árbol

El 25 de septiembre revivimos aquel momento de gracia por 153ª vez. Hoy se llaman Oscar, Sébastien, Jean-Marie, Tony, Carlos… Son 25, jóvenes, preparados, y llevan en los ojos y en el corazón la conciencia y valentía de los primeros. Son la vanguardia de cuanto he pedido a la Familia Salesiana para este sexenio: audacia, profecía y fidelidad.

Todavía parten para donar la vida a Dios. No solamente con palabras. La Congregación ha pagado también el tributo de sangre. El lema sacerdotal que el mártir Rodolfo Lunkenbein había elegido para su ordenación era: “He venido para servir y dar la vida”. En su última visita a Alemania, en 1974, su madre le rogaba tener cuidado, pues le habían informado de los riesgos que corría su hijo. Él respondió: “Mamá, ¿por qué te preocupas? No hay nada más bello que morir por la causa de Dios. Este sería mi sueño”.

Otro salesiano, después de 40 años de vida misionera, dio testimonio: “Una persona anciana me dijo una vez: ‘No me hables de Cristo; siéntate aquí junto a mí, quiero percibir tu olor y si este es Su olor entonces me podrás bautizar’”.

Y otro más contaba haber celebrado la misa para los indígenas de las montañas cercanas a Cochabamba (Bolivia). Era un joven sacerdote y casi no conocía la lengua quechua, y al final, mientras se dirigía a casa, sentía haber sido un fiasco y no haber logrado comunicar. Pero se presentó un viejo campesino, vestido pobremente, y agradeció al joven misionero por haber venido.

Luego hizo algo increíble: “Antes de que yo lograra abrir la boca, el viejo campesino mete las manos en los bolsillos de su ropa y saca dos puñados de distintos tipos de pétalos de rosa. Se alza sobre la punta de los pies y con gestos me pide ayudarle bajando la cabeza. Hace caer los pétalos sobre mi cabeza y quedo sin palabras. Hurga de nuevo en los bolsillos y extrae otros dos puñados de pétalos. Continúa repitiendo el gesto y la caída de pétalos de rosa rojos, rosas y amarillos parece infinita. Yo permanezco simplemente y lo dejo seguir mirando mis huaraches (sandalias de cuero), mojados por mis lágrimas y cubiertos de pétalos de rosa. Al final se despide y me quedo solo. Solo con la fresca fragancia de las rosas”.

Os digo por experiencia que millones de familias en el mundo tienen un gran reconocimiento hacia los Salesianos que se han vuelto “Evangelio” en medio de ellos.

Y tengo la firme convicción de que nuestra Familia debe caminar en los próximos 6 años hacia una mayor universalidad y sin fronteras. Las naciones tienen confines. Nuestra generosidad, que sostiene la misión, no puede ni debe conocer límites.

Rompiendo fronteras

Vivimos un tiempo para afrontarlo con una mentalidad renovada, que “sepa superar las fronteras”. En un mundo en el cual las fronteras corren el riesgo de cerrarse todavía más, la profecía de nuestra vida consiste también en esto: mostrar que para nosotros no hay fronteras. La única realidad que tenemos es Dios, el Evangelio y la misión.

Sueño que decir, hoy y en los próximos años, Salesianos de Don Bosco signifique, para las personas que escuchan nuestro nombre, ser consagrados un poco “locos”, porque amamos a los jóvenes, sobre todo a los más pobres, los más abandonados e indefensos, con verdadero corazón salesiano.

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