Vértigo

18 enero 2022

El pasado mes de diciembre – en plena sexta ola – los periódicos se hacían eco de una de esas noticias que captan la atención del lector: el alboroto en la ciencia por la posibilidad de un viaje espacial más rápido que la velocidad de la luz. Lo rápido, vende. No importa la dirección. Y en un mundo acelerado, surgió la curiosidad y el debate.

Nada es lo que era. Lo efímero ha tomado el control de nuestras vidas, extasiadas en una carrera vertiginosa hacia todos lados y ninguna parte. Sin rumbo, pero lo suficientemente anestesiados para que no nos importe. Las luces psicodélicas son variadas. Tú estarás imaginando algunas, pero coincidiremos en muchas.

A los que ya andamos por la cara B del disco, nos educaron en unos valores que hoy son bien diferentes. A los púlpitos se han subido los influencers, bien arropados por sus fans (y sí, son escuchados e imitados). Las carreras unirversitarias con más salida tienen nombres que no sabemos ni pronunciar. Tres hermanos con apenas unos años de diferencia, ya piensan, visten y utilizan una jerga totalmente distinta cada uno de ellos. Las generaciones – al igual que el coronavirus – mutan cada dos o tres años.

Y ahora venimos nosotros y queremos hablarles de Dios, de la santidad, de la honestidad y el esfuerzo con un lenguaje que ni los jeroglíficos de la pirámide de Keops. Y encima nos enfadamos y no acertamos a comprender cómo puede ser. Es como tener un VAR portátil que nos señala fuero de juego permanentemente. Y así nos va.

¿En qué momento olvidamos que el mundo donde crecimos ya no existe? Y no pretendo con este artículo juzgar o emitir juicios de valor. Cada momento histórico tiene su oportunidad, sus fragilidades y fortalezas.

Lo que afirmo y subrayo es la torpeza mayúscula del educador que no tenga en cuenta que las reglas de juego han cambiado.Y cambiar nuestras estrategias no es una opción, sino una necesidad urgente e imperiosa.

Esto no significa renunciar a aquellos ideales que siempre han estado presentes en la historia: la belleza, la lealtad, el altruismo, la solidaridad, la amistad, el perdón o la empatía entre otros muchos. Pero si realmente nos importan, tenemos que descender de nuestras alturas – unas buscadas y otras consentidas – para asentar las bases de un diálogo constructivo y eficaz. Y no es eliminando la filosofía de las escuelas como lo conseguiremos, precisamente en una época donde necesitamos en vena que nuestros niños y jóvenes aprendan a pensar.
Créanme si les digo que estos chavales buscan interlocutores válidos que sacien la búsqueda de sentido, verdad y felicidad que toda persona anhela.

Y por eso consumen vorazmente, quizás insconcientemente, con el deseo de que en el burocratizado, rígido y estresado mundo de los adultos, alguien acierte a conectar con sus aspiraciones más profundas que, con seguridad, son las mismas que tuvimos nosotros hace ya muchos años en un mundo donde había muchas menos comodidades pero donde era tremendamente fácil elegir porque el muestrario era más bien escaso. Hoy un adolescente tiene cientos de caminos y ofrecimientos a los que decir sí o no, con apenas 15 años ¿Lo hemos pensado?

Nuestros jóvenes aletean compulsivamente entre miles de charlatanes prometiendo el paraíso sin esfuerzo. Estarás conmigo que, para todo educador que se sienta realmente vocacionado, merece la pena el vértigo.

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