Don Vecchi, octavo Sucesor de Don Bosco, en su carta con motivo de la beatificación de Artémides Zatti explicaba que «El mosaico de los santos y beatos salesianos, aun siendo bastante rico en cuanto a representatividad, carecía de la figura de un Coadjutor, pues estaba formado por su Fundador, Cofundadora, Rectores Mayores, misioneros, mártires, sacerdotes, jóvenes. Pero con Zatti, se estaba haciendo realidad».
Artémides Zatti será el primer santo salesiano no mártir en ser canonizado el próximo 9 de octubre. Sin duda la canonización del primer santo salesiano y de un salesiano Coadjutor dará un toque de plenitud a la serie de modelos de espiritualidad salesiana que la Iglesia declara oficialmente como tales.
Artémides Zatti en 1915 en Viedma, con motivo de la inauguración de un monumento funerario colocado sobre la tumba del salesiano misionero Evasio Garrone (1861-1911) expresó estas palabras: «Si estoy bueno y sano y en estado de hacer algún bien a mis prójimos enfermos, se lo debo al padre Garrone, Doctor, que viendo que mi salud empeoraba cada día, pues estaba afectado de tuberculosis con frecuentes hemoptisis, me dijo terminantemente que, si no quería concluir como tantos otros, hiciera una promesa a María Auxiliadora de permanecer siempre a su lado, ayudándole en la cura de los enfermos y él, confiando en María, me sanaría. CREÍ, porque sabía por fama que María Auxiliadora lo ayudaba de manera visible. PROMETÍ, pues siempre fue mi deseo ser de provecho en algo a mis prójimos. Y, habiendo Dios escuchado a su siervo, SANÉ. [Firmado] Artémides Zatti».
Vemos que la vida salesiana de Artémides Zatti, según este testimonio, se basa en tres verbos que testimonian su solidez generosa y confiada. Para valorar el don de la santidad de este gran Salesiano Coadjutor, queremos meditar estos tres verbos y sus extraordinarios frutos de bien, para que toquen profundamente los anhelos, los sueños y los compromisos de nuestra Congregación y de cada uno de nosotros y promuevan en todos una renovada y fecunda fidelidad al carisma de Don Bosco.
Perfil de Artémides Zatti
Artémides Zatti nació en Boretto (Reggio Emilia) el 12 de diciembre de 1880 de Albina Vecchi y Luigi Zatti. La familia campesina lo educa para una vida pobre y laboriosa, iluminada por una fe sencilla, sincera y robusta, que orienta y nutre la vida.
A la edad de nueve años, Artémides, para contribuir a la economía familiar, trabaja como jornalero en una familia acomodada.
En 1897 los Zatti emigraron a Argentina y se establecieron en Bahía Blanca. Artémides llega a esta ciudad a la edad de diecisiete años y, en el ámbito familiar, aprende pronto a afrontar las penurias y responsabilidades del trabajo. Encuentra trabajo en una fábrica de ladrillos y, al mismo tiempo, cultiva y madura una profunda relación con Dios, bajo la guía del salesiano don Carlo Cavalli, su párroco y director espiritual. Artémides encuentra en él un verdadero amigo, un confesor sabio y un auténtico y experto director espiritual, que lo educa en el ritmo diario de la oración y en la vida sacramental semanal. Con don Cavalli establece una relación espiritual y de colaboración. En la biblioteca de su párroco tuvo la oportunidad de leer la biografía de Don Bosco y quedó fascinado. Fue el verdadero inicio de su vocación salesiana.
En 1900, a la edad de veinte años, Artémides, invitado por el padre Cavalli, pidió ingresar al aspirantado salesiano de Bernal, localidad cercana a Buenos Aires.
Sin embargo, en 1902, ya próximo a entrar en el noviciado, Artémides contrajo tuberculosis. Don Vecchi cuenta en su carta: «Seguros de su responsabilidad, los Superiores le confiaron la asistencia de un joven sacerdote enfermo de tuberculosis. Zatti desempeñó con generosidad el encargo, pero poco después acusó la misma enfermedad».
Gravemente enfermo, regresó a Bahía Blanca y don Cavalli lo envió a Viedma, encomendándolo al cuidado del salesiano don Evasio Garrone, competente en las artes médicas y director del hospital San José fundado por Mons. Cagliero.
Me parece muy significativo recordar que Artémides en Viedma se encontró con Ceferino Namuncurá procedente de Buenos Aires y que como él padecía la tuberculosis. Los dos, aunque de edades diferentes, viven en una relación cordial y amistosa, hasta que Ceferino partió en 1904 para Italia con Mons. Juan Cagliero.
Después de dos años de tratamiento en Viedma con resultados insatisfactorios, don Garrone invita a Artémides a pedir la curación por intercesión de la Santísima Virgen, haciendo voto de dedicar toda su vida al cuidado de los enfermos. Formulado el voto con fe viva, Artémides obtiene la curación y, en 1906, comienza el noviciado.
Debido a los riesgos asociados a su estado de salud anterior, Artémides tuvo que renunciar a la intención de ser sacerdote y profesar como Coadjutor entre los Salesianos de Don Bosco el 11 de enero de 1908. Este hecho supuso para Artémides un gran crecimiento en la fe. De hecho, no abandona el deseo de ser salesiano sacerdote y sigue pensando en la vocación sacerdotal en la Congregación Salesiana, especialmente cuando la salud parecía mejorar. Por eso es conmovedor constatar el apego inquebrantable a la propia vocación, manifestado incluso cuando la enfermedad parecía impedir absolutamente este camino. Leemos, por ejemplo, lo que escribe a sus familiares el 7 de agosto de 1902: «Os hago saber que no era solo deseo mío, sino también de mis Superiores, el vestir la santa sotana; pero hay un artículo en la Santa Regla que dice que no puede recibir el hábito uno que padezca la más pequeña cosa en la salud. Así que, si Dios no me ha encontrado digno del hábito hasta ahora, confío en vuestras oraciones para sanar pronto y de este modo satisfacer mis deseos».
Pero al final los Superiores, dadas todas las circunstancias de enfermedad e incluso de edad (23-24 años), deben proponer a Zatti que profese como Salesiano Coadjutor. Es cierto que «era la entrega total a Dios en la vida salesiana a lo que Artémides aspiraba en primer lugar».
También, en este punto decisivo de su vida, Zatti hace un camino de madurez. Leemos de nuevo en la carta de don Vecchi: «¿Sacerdote? ¿Coadjutor? Decía él mismo a un hermano: “Se puedes servir a Dios sea como sacerdote sea como Coadjutor: delante Dios una cosa vale tanto como la otra, con tal que se la viva como una vocación y con amor”».
El 11 de febrero de 1911 hizo sus votos perpetuos y, en el mismo año, tras la muerte de don Garrone, asumió, primero como encargado de la farmacia anexa al hospital San José de Viedma, y, luego, como responsable del mismo hospital. El hospital y la farmacia se convertirán en el campo de trabajo de Artémides.
Así, a partir de 1915, durante 25 años, con gran energía, sacrificio y profesionalidad, Zatti será el alma del hospital que, sin embargo, deberá ser demolido en 1941: los superiores Salesianos deciden utilizar los terrenos ocupados hasta entonces por la estructura sanitaria para la construcción del obispado. Artémides sufre intensamente ante la idea del derribo, pero con espíritu de obediencia acepta la decisión y traslada a los enfermos a las instalaciones de la Escuela Agrícola de San Isidro donde crea una nueva estructura para el cuidado y asistencia de los enfermos y los pobres.
Tras otros años de intenso servicio, ya exonerado de las responsabilidades de la administración sanitaria, en 1950, tras una caída durante un trabajo de reparación, los exámenes clínicos encontraron un tumor en el hígado para el que no había cura. Acoge y vive con conciencia la evolución de la enfermedad. De hecho, ¡él mismo prepara, para el médico, el certificado de su propia muerte! Los sufrimientos no fueron pocos, pero pasó los últimos meses esperando el momento final preparado para el encuentro con el Señor. Él mismo dice: «Hace cincuenta años vine acá para morir y he llegado hasta este momento, ¿qué más puedo desear ahora? Por otra parte, me he pasado toda mi vida preparándome a este momento…».
Su muerte se produjo el 15 de marzo de 1951 y la difusión de la noticia movilizó a la población de todo Viedma para un homenaje de agradecimiento a este Salesiano que dedicó toda su vida a los enfermos, especialmente a los más pobres. De hecho, «toda Viedma saludó al “pariente de todos los pobres”, como le llamaban desde hace tiempo; aquel que siempre estaba disponible para acoger a los enfermos especiales y a la gente que llegaba de los campos lejanos; aquel que podía entrar en la más dudosa de las casas a cualquier hora del día o de la noche, sin que nadie pudiera insinuar la mínima sospecha sobre él; aquel que, aun estando siempre en números rojos, había mantenido una relación singular con las instituciones financieras de la ciudad, siempre abiertas a la amistad y a la colaboración generosa con los que componían el cuerpo médico de la pequeña ciudad».
El funeral, con la impresionante afluencia de público, confirmó la fama de santidad que rodeaba a Artémides Zatti y que solicita la apertura del proceso diocesano en Viedma (22 de marzo de 1980). El 7 de julio de 1997 Zatti fue declarado venerable y el 14 de abril de 2002 fue proclamado beato por san Juan Pablo II.
La pedagogía de Dios en sus santos
Para acercarse a la figura de Artémides Zatti, es preciosa la guía de un principio teológico, denso de significado y repetido por Hans Urs von Balthasar,
«Solo la imagen [de Jesús] que el Espíritu presenta a la Iglesia ha sido capaz, a lo largo de milenios de historia, de transformar a los hombres pecadores en santos. Precisamente sobre la base de este criterio del poder de transformación se debería medir el valor de una interpretación de Jesús que pretenda transmitirnos un conocimiento de Él».
Con estas palabras, Balthasar subraya una evidencia que ha acompañado siempre la historia de la Iglesia: la acción del Espíritu se manifiesta como fuerza transformadora de la vida humana, dando testimonio de la perenne actualidad y vitalidad del Evangelio. De este modo la buena noticia de Jesús sigue viviendo y difundiéndose según la regla de la encarnación y, especialmente en la carne y en la vida de los santos, por su profundo consentimiento al Espíritu, la Pascua resplandece en la actualidad histórica del qui y del ora siempre, nuevos, donde maduran los prodigios que confirman la fe de la Iglesia.
Los santos son, pues, realizaciones del Espíritu que ofrecen, con la sencillez de una vida transfigurada, rasgos precisos del Hijo, entregados por el Padre al trabajo del mundo, en la actualidad de un tiempo y en la proximidad de los lugares necesitados de salvación y de esperanza.
Si Dios guía a su Iglesia a través de la vida obediente de sus hijos más dóciles y audaces, en la historia de cada uno de ellos deben resplandecer, ante todo, reflejos del Evangelio que transforman una biografía ferial en hagiografía y luego se deben reconocer semillas pascuales, capaces de suscitar caminos renovados eclesiales en el pueblo de Dios.
Artémides Zatti confirma esta regla de la santidad: la hagiografía es la luz del Espíritu liberada por la sencillez de su biografía, tan convincente porque está habitada en plenitud de humanidad, y tan sorprendente como para hacer visible «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21, 1); así, las semillas pascuales, donadas por la vida de este Salesiano Coadjutor al campo del mundo, han transformado lugares de sufrimiento en semilleros de la esperanza cristiana, extraordinariamente radiantes. «Se trata de una presencia en lo social, toda animada por la caridad de Cristo que lo impulsaba interiormente».
Es posible entonces meditar sobre el don que el Espíritu da al mundo, a la Iglesia, a la Familia Salesiana con la santidad de Zatti, deteniéndose primero en el brillo de su biografía para considerar, después, la fuerza pascual de su apostolado que ha edificado, en sus hospitales, la Iglesia del cuidado, de la proximidad, de la salvación, de la corredención, para alimentar la fe del pueblo de Dios.
Si queremos expresar brevemente el secreto que inspiró y guio la vida, los pasos, las obras, los compromisos, la alegría, las lágrimas… de Artémides Zatti, las palabras de don Vecchi al respecto son exhaustivas: «En el seguimiento de Jesús, con Don Bosco y como Don Bosco, en todas partes y siempre».
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