La Plaza de San Pedro fue escenario, este pasado sábado 26 de abril, de la santa misa exequial por el difunto papa Francisco.
La celebración fue presidida por el Decano del Colegio Cardenalicio, el Cardenal Giovanni Battista Re, quien en su homilía trazó un retrato profundo y entrañable del pontífice argentino, resaltando su legado de humildad, cercanía y servicio. Una ceremonia sobria, como el mismo Francisco lo dispuso, a la que concurrieron más de 200.000 personas.
“Estamos reunidos en oración en torno a sus restos mortales con el corazón triste, pero sostenidos por las certezas de la fe”, expresó el Cardenal Re al inicio de su reflexión, evocando no solo el duelo de la Iglesia, sino también su esperanza. “La existencia humana no termina en la tumba, sino en la casa del Padre, en una vida de felicidad que no conocerá el ocaso”.
El homenaje fue tan global como íntimo: delegaciones de decenas de países, líderes de otras confesiones religiosas y miles de fieles de todo el mundo llenaron la plaza. Entre ellos también los cardenales salesianos que participarán en los próximos días en el cónclave que elegirá al nuevo sucesor de Pedro.
Una homilía resumen de su Pontificado
Uno de los momentos más emotivos de la homilía fue el recuerdo de la última aparición pública del Santo Padre: “Su última imagen, que permanecerá en nuestros ojos y en nuestro corazón fue en la solemnidad de Pascua, cuando Francisco, a pesar de los graves problemas de salud, quiso impartirnos la bendición desde el balcón de la Basílica […] en un último abrazo con todo el Pueblo de Dios”.
El Cardenal Re repasó los momentos decisivos de su vida: su elección como pontífice el 13 de marzo de 2013, su paso por la Compañía de Jesús, y sus más de dos décadas de servicio pastoral en Buenos Aires. Destacó la elección de su nombre, Francisco, como una decisión “programática y de estilo”, inspirada en san Francisco de Asís y que marcaría el rumbo de su pontificado.
“Fue un Papa en medio de la gente con el corazón abierto hacia todos”, resumió Re. Su modo pastoral, añadió, “estableció un contacto directo con las personas y con los pueblos, deseoso de estar cerca de todos, con especial atención hacia las personas en dificultad”.
Uno de los ejes centrales de la homilía fue el énfasis del papa Francisco en la misericordia, un concepto que definió su pontificado. “El papa Francisco siempre puso en el centro el Evangelio de la misericordia, resaltando constantemente que Dios no se cansa de perdonarnos: Él perdona siempre”, dijo Re.
Gratitud y esperanza
También fue recordado por su atención a los excluidos: “Innumerables son sus gestos y exhortaciones a favor de los refugiados y desplazados”, dijo el cardenal, evocando su primer viaje a Lampedusa, símbolo de los dramas migratorios, y su valiente visita a Irak en 2021, donde “esa difícil Visita Apostólica fue un bálsamo sobre las heridas abiertas de la población iraquí”.
En su incansable defensa de la paz, Francisco denunció con firmeza la lógica de la guerra: “La guerra –decía– no es más que muerte de personas, destrucción de casas, hospitales y escuelas”. «La guerra –enfatizó el purpurado– siempre deja al mundo peor de cómo era en precedencia: es para todos una derrota dolorosa y trágica».
En ese espíritu, promovió la cultura del encuentro frente a “la cultura del descarte”, y proclamó con insistencia: “Construir puentes y no muros”.
Con ese mensaje de gratitud y esperanza, la Iglesia universal despidió al 266º sucesor de Pedro: un pastor sencillo, un servidor apasionado del Evangelio y un hombre que –como él mismo soñaba– supo vivir y morir “con olor a oveja”.
Descansará en Santa María la Mayor
Tras la celebración de la misa funeral por el papa Francisco, el féretro con los restos mortales del Santo Padre, fueron trasladados en el papamóvil, por las calles de Roma, desde el Vaticano hasta la Basílica papal de Santa María la Mayor de la ciudad italiana. Muchos fieles pudieron despedirse del Papa, apostados en las calles, a lo largo de este recorrido.
Cumpliendo su expreso deseo, los restos mortales de Francisco descansarán en una capilla de la Basílica dedicada a la “Virgen del Pueblo”, y no en las grutas vaticanas. Esta advocación mariana tiene su origen en Italia a raíz de la Salus Populi Romani, venerada en este lugar desde hace siglos. A ella el Papa rezaba con especial devoción antes y después de sus viajes apostólicos por los países que visitaba.
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