Cuando fuimos destinados a realizar un mes de voluntariado en Rosario, intuíamos que teníamos por delante una experiencia intensa, pero nada podía prepararnos para la fuerza con la que Ludueña se nos tatuó en la piel y se nos metió en el corazón.
Llegamos con la maleta llena de ilusión y también de incertidumbre: ¿cómo sería la convivencia con la comunidad salesiana?, ¿estaríamos a la altura de lo que se pedía en cada uno de los espacios?, ¿qué llevábamos realmente para ofrecer? Las palabras que nos habían transmitido los salesianos en nuestra reunión online de “vengan y vean” hacían de tranquilizante ante esas dudas que arrojaba tanta novedad. Pronto descubrimos que en Ludueña, antes que dar, lo primero es recibir: hospitalidad, sonrisas, abrazos, historias, sufrimientos y esperanzas.
Un baño de realidad

El barrio nos golpeó con su crudeza: casitas precarias al borde de las vías del tren, niños, adolescentes y jóvenes que han crecido (y siguen haciéndolo) en medio de balaceras y expuestos al consumo fácil de drogas; familias enteras, en las que casi siempre el ausente es el padre, sobreviviendo con lo justo o gracias a la solidaridad comunitaria.
Pero al mismo tiempo nos conmovió la capacidad de resiliencia y de compromiso de su gente: madres y abuelas que sostienen comedores e improvisan meriendas con tortas fritas; docentes que no se rinden ante el desánimo que puede derivarse de la falta de asistencia a las aulas y la escasez de recursos; jóvenes animadores que se convierten en referentes para otros chicos y hacen que brille un rayo de esperanza donde parece imponerse la oscuridad… Entre ellos, descubrimos cómo el espíritu de Claudio “Pocho” Lepratti, “el ángel de la bicicleta”, ejemplo de sencillez, solidaridad entre vecinos y compromiso social sigue inspirando y uniendo a la comunidad de Ludueña.
Viviendo la “amorevolezza” de Don Bosco
En el corazón de todo ello, los cuatro salesianos de la comunidad Domingo Savio: Marcelo, Eduardo, Mariano y Gastón, que con enorme generosidad nos acogieron como parte de su familia y nos hicieron partícipes de todos los momentos comunitarios. Recordamos con especial cariño la oración de la mañana en su pequeña capilla. Con ellos comprendimos qué significa la “amorevolezza” de Don Bosco: una forma de estar presente que acoge, que abraza, que escucha, que acompaña y que contagia alegría incluso en medio de tanta adversidad.

Nuestro día a día se fue llenando de nombres y rostros: los chicos de los Centros de Niñez y Oratorios de Sagrada Familia, Caacupé, Luján, San Cayetano, Saltimbanqui y Lourdes, los adolescentes y jóvenes del Centro de Vida Santa Rita, las mujeres del comedor comunitario de San Cayetano, los docentes de la escuela Luisa Mora de Olguín/Padre Edgardo Montaldo, las familias que nos abrieron las puertas de sus maltrechas casas junto a las vías del tren. Cada saludo, cada abrazo, cada conversación nos iba enseñando que, en Ludueña, la vida se juega en lo pequeño, en el mate compartido, en el “ser y estar”. Constatamos que el slogan que aparece en algunas camisetas o rótulos de la escuela: “Una red de hormigas puede más que un elefante” era una verdad palpable.
Realidad y esperanza
Hubo mañanas de apoyo al comedor social, pintura en la escuela, organización en la biblioteca, talleres de capacitación y apoyo escolar en inglés; tardes de juegos, preparación de espacios, convivencia en los parques y meriendas con mate cocido y tortas fritas o medias lunas; noches de cenas comunitarias donde la risa y la fe se mezclaban en un mismo pan, celebraciones compartidas con grupos de matrimonios… Hubo también silencios que dolían, cuando la pobreza y la violencia se mostraban en toda su crudeza. El compartido en Caacupé por la enfermedad de uno de sus jóvenes nos atravesó especialmente.
Pero nunca dejamos de sentir la esperanza que late en este barrio herido, una esperanza que se hace concreta en las actividades y proyectos de cada uno de los espacios que hemos mencionado… espacios que son mucho más que paredes, son símbolos: de dignidad y futuro para las presentes y las nuevas generaciones.
Vivir, compartir y reaprender
Al final de estos 34 días, Ludueña nos atrapó y nos transformó. Gustamos el mate que compartían con nosotros en cada encuentro. Descubrimos parte de la cultura argentina a través de la caña con ruda en la celebración del Día de la Pachamama o a través de la tradicional cena de los Ñoquis del 29. Comprendimos que “los niños y jóvenes no son un peligro, sino que están en peligro”, como una nueva y buena amiga no se cansa de defender. Aprendimos que la verdadera riqueza está en los vínculos que genera cada encuentro sincero, que la fe se alimenta en comunidad y que hay que estar “con un oído en el Evangelio y otro en el Pueblo” como dijera Enrique Angelelli, referente de implicación social y pastoral para esta comunidad. Sí, y reaprendimos que la vida interior importa y mucho, para ser testimonios del amor de Dios entre los niños y jóvenes al estilo de Don Bosco, para que cada acto externo con ellos sea del Amor reflejo.
Hoy, llevamos grabado el recuerdo de esas vías del tren que cruzan el barrio: líneas de hierro frías y duras por las que circulan trenes de carga que nunca se detienen en Ludueña. Líneas que hablan de tránsito y de desarraigo, pero también de caminos abiertos y de posibilidades. Para nosotros, esas vías se han convertido en un símbolo: la vida en Ludueña nos ha invitado a no pasar de largo, a detenernos, a saludar siempre, a abrazar y a seguir caminando junto a quienes sueñan y luchan por un futuro distinto y más digno.
Porque Ludueña nos enseñó, con sonrisas, abrazos y lágrimas, que donde parece que todo es precario o se rompe, la Solidaridad, la Fe y el Amor todavía pueden tejer proyectos de Esperanza.
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