San Francisco de Sales, la flor de la caridad

16 noviembre 2022

Eugenio Alburquerque

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La dulzura es una de las señas de identidad de San Francisco de Sales. A lo largo de su vida aprendió a mejorar en esta virtud, avivando en los demás la necesidad de la caridad.

San Francisco de Sales es ejemplo y modelo de amabilidad y dulzura. Según quienes lo conocieron, todo en su persona irradiaba dulzura: su rostro, gestos, lenguaje, compostura. Parecía que esta virtud se había revestido en él de forma humana.

Sin embargo, la dulzura no era en él natural e innata; tuvo que esforzarse arduamente para alcanzarla. Sus biógrafos aseguran que era de temperamento fuerte, colérico, impaciente. Se sentía a disgusto ante el lenguaje insolente o las acciones desconsideradas, le irritaba el desorden; su semblante cambiaba de color y se volvía rubicundo ante una contradicción. La lucha constante, la vigilancia, el dominio personal y la ayuda de la gracia, lo llevan a esa dulzura exquisita que hace de él una viva imagen de Cristo. Es la dulzura de un corazón sensible, hecho para amar, encendido en el amor y capaz de amar a cuantos se le acercaban y entraban en relación con él. Siguiendo el ejemplo de Jesús, no dudaba en condenar el pecado, pero se mostraba lleno de compasión y dulzura con quien lo había cometido.

Algunos criticaban la que consideraban excesiva clemencia e indulgencia del santo. Otros no comprendían su verdadero sentido, entendiéndola como melosidad, remilgo, blandenguería o debilidad. Sin embargo, la dulzura y suavidad salesiana no está reñida con la firmeza.

Firmeza y dulzura

Ambas las manifestó el obispo de Ginebra en la selección de los candidatos al sacerdocio, la concesión de los beneficios eclesiásticos, las importantes misiones diplomáticas que realiza, las funciones de mediación y conciliación desempañadas. Si son muchas sus enseñanzas y máximas sobre la dulzura, lo son también las que piden vigor y firmeza. Con dulzura y mansedumbre recuerda a las autoridades civiles sus deberes, exige obediencia, reivindica derechos, otorga beneficios eclesiásticos a personas competentes y preparadas, se mantiene paciente ante ultrajes y pide energía para conquistar las virtudes. Sobre todo, con mansedumbre y dulzura gobierna la diócesis, dirige espiritualmente las almas, acoge a pecadores. La dulzura es para él, no solo “la flor de la caridad”, sino el fruto maduro de su ardiente amor y celo pastoral.

La dulzura salesiana no es artificio, dulzonería o debilidad. No puede confundirse con sensiblería, amaneramiento o simples formas de cortesía artificiosas y puramente aparentes. Francisco de Sales la asocia con frecuencia a otras virtudes como sencillez, humildad, mansedumbre, paciencia, afabilidad. Constituye la expresión de la vivencia concreta de la caridad. Por ello, reconoce que es una virtud difícil.

San Francisco de Sales nos muestra que la caridad es el camino de la santidad y dulzura, la forma peculiar de vivirla: dulzura para con Dios, para consigo mismo y con el prójimo. La santidad salesiana es santidad dulce y amable; es la santidad de la bondad y de la mansedumbre, humildad y paciencia.

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