Muchas veces me pregunto: ¿Qué papel tiene la Iglesia en la vida de estos jóvenes que forman parte, sin duda, de ella? ¿Quién es Jesucristo en unas vidas que, en ocasiones, sin darse cuenta, aspiran hacia Él? Y me viene a la mente la imagen de aquella oleada de miles y miles de jóvenes que se reunieron en Lisboa en agosto de 2023 y que gritaban junto al papa aquella frase que quedará en nuestro recuerdo: “¡Todos, todos, todos!”
El papa Francisco no se cansa de repetir esta idea en sus predicaciones y entrevistas. La cuestión es cómo aplicarla. Sería ingenuo pensar que la realidad actual es que en la Iglesia estamos todos. No es así. La realidad es que muchas personas no se sienten parte de ella, y que muchos jóvenes reaccionan negativamente ante cualquiera de sus propuestas.
Sin embargo, la experiencia de estos años entre los jóvenes con los que me he encontrado en los distintos lugares por los que he pasado, que han sido muchos, me ha dado esperanza. He sentido la sensación de la sed de Dios y de la Iglesia que muchos jóvenes tienen. Podría poner muchos ejemplos. Os contaré uno.
Hace unos años, en un encuentro juvenil, una chica me pidió hablar un rato. Hasta hace unos años se había declarado atea. Una vida dura y sin padres, su único apoyo había sido su abuela. Esta chica me confesó que tenía el deseo de creer en Jesús. Un día, mientras estaba con sus amigas charlando en la calle, un grupo de chicos de su centro juvenil se había acercado a ellas para invitarlas a participar. Desde aquel momento su forma de acercarse, su alegría, su energía y su escaso pudor de decir de dónde venían la persuadió. Y fue. No creía mucho en la Iglesia, más bien sentía que no le decía nada, pero, aquella alegría no dejaba de ser un imán que la atraía. Los momentos en el centro juvenil habían cambiado su vida. Por eso, ella misma decidió que aquello que había recibido sin interés alguno por parte de nadie debía tener una razón más alta. Por eso, decidió que quería creer en el Jesús que movía el corazón de muchos de sus nuevos amigos.
Desconozco cómo acabó la historia, pero reconozco que en la vida me he encontrado con muchos jóvenes como ella. Esta realidad nos plantea un gran reto: ¿cómo puede la Iglesia reconectar con todos estos jóvenes que, a pesar de la búsqueda de Jesús en sus vidas y de un sentido pleno, sienten la distancia de la institución eclesial?
Lo primero, creo que es reconocer que, si en la Iglesia caben todos, debemos abrirnos a la diversidad. Los jóvenes no son un grupo homogéneo, cada uno tiene su forma de pensar, de vivir, de entender la vida, una manera de vestir, de hablar… Hasta que la Iglesia no sea capaz de incluir en ella esta diversidad no será la Iglesia de Cristo, en cuya mesa se sentaban todo tipo de personas.
Para ello, la Iglesia debe hacer un esfuerzo consciente por crear espacios inclusivos, donde todos los jóvenes se sientan bienvenidos. El reto consiste en saber presentar sus enseñanzas de manera tal que se adapte desde esa ley de la gradualidad a la que nos llama el papa Francisco, como nos mostró el propio San Pablo: “En vez de alimento sólido, os di a beber leche, pues todavía no estabais para más” (1 Cor 3, 2-3).
Esto supone un ejercicio adaptativo, donde el primer paso sea la escucha. En la Iglesia estamos acostumbrados a predicar o decir lo que debemos hacer, pero poco educados en el arte de escuchar. La Iglesia debe abrir canales de comunicación donde los jóvenes puedan expresar sus inquietudes, dudas y esperanzas sin temor a ser juzgados, con una catequesis que aborde las realidades concretas que viven los jóvenes.
Estoy convencido de que, si somos capaces de escuchar a los jóvenes, sea en la realidad que sea, encontramos semillas de fe, ese punto accesible al bien que Don Bosco era capaz de ver en cada joven que se acercaba a su vida. Encontrar esa semilla de fe es la clave para regar y hacer crecer ese ansia de Dios que todo corazón juvenil alberga.
Justino, cristiano mártir del siglo I lo tenía bien claro: en el mundo están las «Semina Verbi», las semillas del Verbo. Hay que saber detectarlas, y cuidarlas. Gracias por la reflexión.